Río arriba, siempre río arriba aunque a veces, para salvar la vida, se huya río abajo. Con llagas lacerantes, con heridas que se pudren, arrastrándose sin remedio. Esta agonía en los talones la protagoniza un héroe indestructible al que la parca desdeña con un desdén compulsivo. Esa es la música de fondo que acompaña a El renacido.

La octava película de Tarantino hace alusión en su título al número ocho, el que rima con noche y asume el signo del infinito. Teniendo en cuenta que el número de aborrecibles personajes que aparece en su película no es exactamente ese, no cabe duda de que Quentin se alude a sí mismo. Esa es la cuestión, a estas alturas, a Tarantino le pasa como a todos aquellos creadores que han sabido mostrar e imponer un perfil propio. Tarantino ya no compite contra nadie, ya no debe demostrar nada. La vara de medir que se le aplica ha sido trenzada por su propio trabajo. Él es su enemigo.