Cuando el último destello, el plano de clausura, nos permite observar entreveladamente a un viejo Moisés camino de un destino que nunca verá, Ridley Scott detiene el relato para, sobre un fondo negro, señalar que la película está dedicada a su hermano Tony. Como se recuerda, el también cineasta y hermano menor de Ridley, Tony Scott, cometió suicidio el 19 de agosto de 2012 al saltar al vacío desde el puente Vincent Thomas de San Pedro, California.

Títulos como La muerte del señor Lazarescu; Martes, después de Navidad; 12:08 Al este de Bucarest; Historias de la edad de oro; 4 meses, 3 semanas, 2 días e incluso, el demoledor documental montado en una simple pero certera acumulación de imágenes oficiales del dictador rumano, The Autobiography of Nicolae Ceaucescu , representan la incontestable evidencia de la soberbia calidad del cine rumano. Todas ellas son películas que acaparan premios y parabienes.

Darren Aronofsky no es un cineasta acomodaticio, ni acomodado. Desde su primer largometraje, Pi (1998), una pesadilla matemática en la que se (con)fundían la cábala judía con el tiempo de la informática y la revolución de lo binario, se hizo evidente que para Aronofsky todo era cuestión de número y sentido. Todo era territorio imposible donde se abrazaban la razón y el misterio.