Parafraseando a McLuhan, cabría decir que, con Wes Anderson, el estilo es el mensaje. Y si continuamos con ello, se podría aceptar que aquel error tipográfico que tuvieron los editores de McLuhan al confundir mensaje con masaje, cobra de nuevo un sentido esclarecedor al percibir la sensación de que, en efecto, en “Asteroid City” el mensaje no es sino un masaje de cromatismo feliz, pesadillas tan absurdas como desgarradoras y un desfile de estrellas que juega a deslumbrar al público con el nuevo disparate onírico de Wes Anderson.
El duelo sin sangre entre Marvel y DC, entre Disney y Warner empieza a mostrar síntomas budistas. No por su mística, sino por su obsesiva reiteración y copia. En esta pelea nadie pretende la originalidad. Nadie pierde tiempo en crear. Se trata de superar al otro a golpe de gigantismo circense.
Con claustrofobia kafkiana y férrea carpintería teatral, “Upon Entry” apuesta por lo esencial. En menos de 80 minutos radiografía a sus personajes. Tanto a los que son interrogados como a quienes les devoran burlando el borde abisal de la legalidad tolerada y de la (re)presión tolerable. Alejandro Rojas y Sebastián Vásquez diseccionan gestos, palabras, antojos.
Ninguneada por buena parte de la crítica y premio a la mejor dirección en el SSIFF de 2022, “A Hundred Flowers” se legitima con los mejores predicamentos del universo anime. Posee ese toque “hiperemocional” del género, algo menos que un lenguaje, mucho más que un medio pero, al escenificarlo con actores, se adivina que Genki Kawamura no tendrá fácil llegar a su público, ese que mejor sabría apreciar su primera película como director.
A “Un blanco fácil” lo que le da sentido, le aniquila. Basada en hechos reales, una vez más, la servidumbre a lo inmediato y el miedo a la posible denuncia si se proyectan acusaciones nominales al poder -con o sin pruebas-, terminan por matar a la verdad. Es muy probable que los hechos, en su inmensa mayoría, transcurrieran como Jean-Paul Salomé muestra.
Se ha recibido a “El maestro jardinero” como la entrega final de una trilogía formada junto con “El reverendo” (2017) y “El contador de cartas” (2021). Se olvidan de que Paul Schrader permanece siempre encadenado a sí mismo, siempre atravesado por la misma angustia. Su cine parece un rosario que cuenta a cuenta, recita la misma letanía: un lamento epifánico sobre la redención y la culpa.
Cuando secuencia a secuencia, quiebro a quiebro, “La desconocida” se acerca a su último minuto con un plano largo de inequívoco sabor a despedida, el público percibirá que si al comenzar la película nada sabía de “La desconocida”, cuando el filme ya agoniza, sigue sabiendo muy poco de ella.
El personaje de Laia Costa, Irene, ha sido escrito sin piedad y la actriz le da la convicción necesaria para que resulte tan creíble como comprensible, tan adyacente como aborrecible. Para sellar cualquier grieta que pudiera surgir en ese retrato de dama nada adorable, la directora y coguionista desarrolla una puesta en escena que conjuga la belleza con la precisión, lo que se cuenta con lo que se sugiere.
Ha llovido lo suyo desde los tiempos de «El globo blanco» (1995) y «El círculo» (2000) y Jafar Panahi sigue dando vueltas al mismo absurdo. Las mismas vueltas que da el régimen iraní cuyas directrices, usos y abusos parecen carecer de sentido vistas con ojos occidentales.
Almodóvar comienza su primer western, que ni es western ni es largo, con el manual de John Ford bajo el brazo. Como relata Steven Spielberg en “Los Fabelman” al reconstruir la fugaz conversación entre el autor de “Tiburón”, o sea él mismo, y el viejo maestro de “El hombre tranquilo”, o sea John Ford: en el arte cinematográfico la clave está en saber cómo colocar la cámara en relación con el horizonte. O arriba o abajo pero jamás en medio; esa es la “boutade”.