Manuel Martín Cuenca cultiva evidentes virtudes y con ellas ha conformado un singular y reconocible verbo cinematográfico. Sin embargo, por diferentes razones, su figura y su obra no ocupa el lugar del escaparate que merece orillado por nombres de menor interés pero de mejores envoltorios.
Probablemente habrá miradas que juzguen este filme como una ocurrencia disparatada y altisonante; un gesto nostálgico de vocación gore y pretensiones de autor, que se complace en resucitar ciertas prácticas del cine de terror proveniente de los años 60.
Daniel Brühl, como Javier Bardem o Gael García Bernal, se ha convertido en uno de esos actores emblemáticos de su país de origen al que siempre que se proyecta una superproducción con un reparto coral tipo UNESCO, se les incluye en el reparto. Inevitablemente se cuenta con el(los) para sostener esos desvaríos con sed de globalidad y avidez de ingresos multimillonarios.
Aunque el dato no es oficial, podríamos decir que el primer biopic, o al menos uno de los primeros de la historia del cine, hay que situarlo en el año 1906, cuando Alice Guy, la primera persona que concibió el cine como materia narrativa, filmó “La vie de Christ”.
José Miguel Etxeberria Álvarez, Naparra, era miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas y vivía en la muga francesa en los oscuros días de plomo, silencio y sangre. Hace cuarenta años desapareció sin que nadie supiera o quisiera dar noticia sobre su paradero.
El exceso de guionistas casi siempre obedece a la mirada asfixiante de una productora ávida de beneficios y a la debilidad del material de partida. En “Way Down”, el material de partida consiste en las imágenes de la algarabía futbolera por la conquista del mundial a cargo de la selección española de fútbol en el año 2010.
Desde los años 60 y 70, los buenos cineastas, gentes que entendían y entienden el cine como un arte al que respetar, y perciben el público como una suma de personas con criterio propio con conocimiento y con sensibilidad, denunciaron el efecto nocivo que las pantallas domésticas traían con su implantación en todos los hogares.
Ubicada en el intersticio que forman los argumentos de “Solo en casa” y “La habitación del pánico”, “Hasta que la muerte nos separe” se comporta como un artefacto ingenioso de más cartón que piedra, para rendir culto a su máxima protagonista: Megan Fox.
Cuando Disney fichó a Chloé Zhao para dirigir “Eternals”, la directora todavía no tenía el Oscar a la mejor directora por “Nomadland” (2020) pero sí se sabía de la inspirada sensibilidad de su anterior película: “The rider” (2017).
Al menos tres factores resultan determinantes para desvelar lo que “El último duelo” recorre en sus tres actos. Uno, claro está, responde al nombre de su director, Ridley Scott, un cineasta irregular, autor de piezas fundamentales con las que se ha forjado el imaginario de los últimos cuarenta años.