Al menos tres factores resultan determinantes para desvelar lo que “El último duelo” recorre en sus tres actos. Uno, claro está, responde al nombre de su director, Ridley Scott, un cineasta irregular, autor de piezas fundamentales con las que se ha forjado el imaginario de los últimos cuarenta años.

El concepto, la idea germinal que da vida a “Tres”, nace del miedo del editor de sonido a la desincronización. Cuando el cine era de celuloide, a 24 fotogramas por segundo, se imponía una férrea tiranía.  El sonido estaba anclado a la imagen.