Al menos tres factores resultan determinantes para desvelar lo que “El último duelo” recorre en sus tres actos. Uno, claro está, responde al nombre de su director, Ridley Scott, un cineasta irregular, autor de piezas fundamentales con las que se ha forjado el imaginario de los últimos cuarenta años.
Convertido en la revelación del momento, el cineasta japonés Ryûsuke Hamaguchi ha emergido en el año más difícil de cuantos llevamos en el siglo XXI a lomos de la fuerza del verbo. Su cine se llena de palabras y con ellas, desde ellas, Hamaguchi extrae emociones y teje relatos deslumbrantes, brillantes, rotundos.
El concepto, la idea germinal que da vida a “Tres”, nace del miedo del editor de sonido a la desincronización. Cuando el cine era de celuloide, a 24 fotogramas por segundo, se imponía una férrea tiranía. El sonido estaba anclado a la imagen.