Título Original: LES TRADUCTEURS Dirección: Régis Roinsard  Guion: R. Roinsard, Daniel Presley y Romain Compingt Intérpretes: Lambert Wilson, Olga Kurylenko, Riccardo Scamarcio y Eduardo Noriega País: Francia. 2019 Duración:  105 minutos
 

Cine de papel

 
En algún lugar imposible, agarrado al recuerdo de “Diez negritos” y seducido por el eléctrico juego de manos de “Sospechosos habituales”, ideó el realizador francés, Régis Roinsard, un filme que teniéndolo todo para divertir hace todo lo posible por aburrir. Allí donde debería reinar el misterio y la incertidumbre, apesta la trampa. Como los magos sin magia ni oficio, a Régis Roinsard se le escapa el conejo del sombrero antes de que inicie la maniobra de su aparición. Sin sorpresa que defender ni suspense que sostener, “Los traductores” se entregan a un “quién es el asesino” teñido de ambiciones autorales.
Es un filme de situación, nueve traductores son contratados para participar en el lanzamiento mundial y en 9 lenguas diferentes, de la tercera entrega de una obra de éxito. Piensen en Millenium por ejemplo. El editor encierra a sus traductores y les somete a un férreo marcaje para que nada escape de su control.
Enclaustrados, la casa de lujo recuerda al escenario de un “Gran hermano” en plan festival de Eurovisión. Cada profesional representa a un país y arrastra con los tópicos de rigor. Cada participante es también sospechoso de traidor y conforme las filtraciones de la novela a traducir comienzan a asomarse por Internet, la violencia, la tensión y la sangre comienzan a dominarlo todo.
Como corresponde a un filme de vocación universal, “Los traductores” reclutaron un amplio plantel de profesionales de diferentes partes del mundo. En nuestro caso, Eduardo Noriega es quien debe velar por la versión en castellano. Entre los demás actores abundan rostros de recorrido reconocido en plataformas como Netflix o en lugares parecidos.
Aquí, por más que el argumento se empeñe en reivindicar la alta literatura frente a la escritura best seller, pese a que se invoca a James Joyce y se sospecha de la identidad de un autor que permanece en el anonimato, todo se diluye por falta de tensión, por una anorexia literaria que, pese a reivindicar la buena escritura, se queda en el territorio de los tópicos. Roinsard descompone el tiempo lineal, usa y abusa de los saltos temporales y malogra un punto de partida que hubiera merecido llegar a algún lado.  
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