“Nomadland” contiene altas dosis de sustancia adictiva. Debido a ello serán muchas las personas que, tras interiorizar su relato, se convertirán en fervientes propagadores de sus excelencias. Este filme que se ha convertido en uno de los títulos del año -el año más triste de cuantos ha alumbrado el siglo XXI-, atrapa y envenena con su alta dosis de paradojas y contradicciones.

El sueño americano desde mediados de los 50 no conoce límites fronterizos. En realidad más que un sueño es una ambición. Es la (falsa) esperanza que nos vende el liberalismo, ahora rearmado con el adorno de “neo”. Ese sueño arranca en “Minari” con una mudanza; el traslado de una familia de origen coreano, aunque nacidos en EE.UU., a tierras de Arkansas

Michael Bay descubrió hace muchos años el irresistible encanto de las catástrofes. En consecuencia ha hecho de ellas su nutriente fundamental y lleva años explotando un filón a medio camino entre el cine espectáculo a lo James Cameron, cine de efecto digital, de croma y trampantojo, con el cine de barrio setentero hecho de repartos corales, viejas glorias y muchos desastres. No es de extrañar que ese Bay, autor de agonías como “Armaged