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Título Original: NUEVO ORDEN Dirección y guion: Michel Franco Intérpretes: Naian González Norvind, Diego Boneta, Mónica del Carmen, Darío Yazbek Bernal y Fernando Cuautle País: México. 2020 Duración: 88 minutos
Verde, que te mato verde…
En el último festival de Venecia, 2020, Michel Franco se llevó el Gran Premio del Jurado por «Nuevo orden». Con el filme bajo el brazo y como miembro del jurado, se presentó en Donostia, en el Zinemaldia, en la sección de Perlas, donde también se proyectó su película. La recepción en ambos casos, al menos, la más evidenciada, enhebraba su naturaleza apocalíptica con la distópica realidad “enmascarillada” en la que ahora nos movemos todos. Aunque el filme había sido ideado antes de la pandemia, de hecho hace años empezó a germinar su idea nuclear, todo en “Nuevo orden” parece una alegoría de lo que acontece ahora. O todo se ve de diferente manera. Como si ese apocalipsis casi caníbal que preludia esta película estuviera, a partir del coronavirus, un poco más cerca.
Con más o menos fascinación por lo que en ella habita, hay división de opiniones extrema, lo indiscutible es que «Nuevo orden» es un mazazo de naturaleza casi surrealista. Un estallido de violencia que atrapa a quien la observa para golpearle sin piedad. Una violencia, y aquí se esconde la clave, que puede recibirse como oportuna y necesaria en su ejemplaridad; o como gratuita e innecesaria en su excesiva espectacularidad.
Habría que remontarse a títulos cumbre en la historia del cine y dolor, como el Pasolini de “Los 120 días de Sodoma”, para comparar la incómoda desazón que provocan sus imágenes. La gran diferencia entre la mirada agotada, rota y moral del filme de Pasolini con respecto a los juegos estéticos de Michel Franco y sus desenlaces de sangre, anida no en la mayor o menor crueldad o en la mejor o peor recreación de sus despiadada brutalidad. El punto de decepción late en la sospecha de gratuidad de sus pretensiones artísticas. En el uso y abuso de elementos alegóricos que si ofrecen algún atractivo plástico, ese verde que tiñe el agua corriente, ese verde emblema de una revolución, enciende una mecha simbólica sin explicación ni coartada alguna.
Sin embargo, el dolor de cabeza que a Michel Franco le provoca su distopía revolucionaria le ha venido por el lado de la ambigüedad de su relato. El propio Franco se ha enfangado al exhibir su condición de “whitexican” en un mundo donde ser indígena acarrea ser objeto de sospecha, ser reo de condena sin juicio.
Por lo demás, todo en esta algarabía coral de historias cruzadas entona un “dies irae” sin dios ni justicia. Su pretendida independencia, Franco no imparte salvoconductos reconciliadores, no reconforta, no se posiciona, podría asumirse de no ser porque carece de una sólida consistencia. Continuador de un cine mexicano que iluminan esos tres pesos pesados absorbidos por Hollywood, Iñárritu, Cuarón y Del Toro; la figura de Michel Franco se adhiere o encaja mejor en el camino abierto por autores como Carlos Reygadas.
Si algo caracteriza al cine mexicano contemporáneo se debe a una falta de paños calientes a la hora de captar la ignominia. Los clanes del narcotráfico, la corrupción y la enorme desigualdad, tejen un fondo sobre el que “Nuevo orden” reitera una historia vieja. En su galería de personajes, los hay dignos e indignos; con capacidad para conmoverse y mostrar simpatía y con la ineptitud de quien se abraza al horror a fuerza de estupidez, ignorancia y prepotencia.
La conclusión que “Nuevo orden” impone deja al espectador sobrepasado y sin esperanza. Las armas, el poder y el fascismo habitan en el exceso y no respetan la vida ajena, nos dice Franco. Una afirmación sabida que le sirve de coartada para desarrollar un anfetamínico videoclip que no deja títere con cabeza. Pero la cuestión es que en ese recital de salvaje aspereza y de derrame de sangre, la pintura verde nos recuerda que aquí habita algo sospechoso de gratuidad.