Más allá de la desorientada travesía de un jubilado británico en un Benidorm, de zombies matinales y enloquecidos noctámbulos, todo de lo que se nos habla en esta película repite un mismo nombre propio. El de su realizadora, guionista, cámara y directora de fotografía, Isabel Coixet.
Benh Zeitlin, el brillante director de “Bestias del sur salvajes” (2012), ha tardado ocho años en hacer su segundo largometraje.
Convertida en la película del momento; portada de los medios especializados en el cine concebido como lenguaje artístico, y no como telón de fondo de comedores de pienso, “Mank”, producto Netflix que solo algunos cines exhiben en una batalla que acabará en armisticio o en la desaparición de uno de los contendientes, salas versus plataformas; ofrece un amplio caudal de méritos para ser degustada, lo que también incluye no estar necesariamente de acuerdo con todo.
El origen de esta película deslumbrante y sutil nace de un hallazgo personal, de un tesoro desenterrado que, como todos los tesoros que de verdad han sido, vale si quien lo mira quiere y sabe apreciarlo.
Probablemente, cuando se llega al beso final, beso previsto en un final telegrafiado e insinuado en todas sus maneras posibles, se siente que buena parte del viaje realizado hasta allí, casi 100 minutos, ha sido en vano.
“Baby” se estrena en el final del 2020, en el tiempo de los confinamientos. Pero todo en “Baby” se sabe y bebe de otro tiempo. Huele a pachulí y marihuana, y su tacto roza épicas sinfónicas y terciopelo azul. La gramática del director vitoriano proviene de los años 80, cuando Bajo Ulloa (1967) empezó a cincelar su propio discurso.
Cuando un jurado en un festival decide realzar con cuatro premios su apoyo a una película, la lectura que se impone habla de que, en ese gesto, hay más que una simple elección. En esa elección hay una actitud de beligerancia, de compromiso; y como todo lo que se (com)promete, abraza un acto de fe.
En 1985, James Ivory, un director británico de modales exquisitos y películas sutiles, estrenó una de sus películas más aclamadas: “Una habitación con vistas”. Con un reparto impresionante, aquella fábula rodada en una Florencia convocada por E. M. Forster, el autor de la novela original, lograba una pequeña joya del cine romántico.
La estrategia que mueve todo lo que “Érase una vez” propone, nace del error común de creer que sumar es mejorar. Desea unir y cree crecer pero lo que hace es fundir para, en el mejor de los casos, confundir(se) en la nada.