“La trinchera infinita” tiene fin, faltaría más, pero ciertamente en su interior alberga muchas cicatrices, muchísimas. También parece evidente que su concreción encenderá incontables reflexiones y alguna que otra disputa. Es así porque la película, dirigida a seis manos por Aitor Arregi, Jon Garaño y José Mari Goenaga, se abisma -y palpa- en heridas sin cerrar, desde distancias sin equilibrar; al tiempo que convoca viejos fantasmas que, de un modo u otro, asustan y perturban a todas las familias.