Mes tras mes, durante casi un año, “Ghostland” se ha visto empujada fuera de las previsiones de los estrenos. Anunciada para ser presentada hace tiempo, ese continuo desplazamiento arroja luces sobre la falta de sensibilidad y los prejuicios que acompañan siempre a las obras que se adentran en el terreno del horror.

Estructurada como una obra teatral, su desarrollo fluye de manera obsesiva en el interior de una vivienda. En concreto, en el cuarto de estar donde seis personajes esperan las cartas postreras que un amigo suicidado les ha escrito a modo de clausura y epitafio. Con un argumento bastante manoseado, (sí como los amigos de Peter), transcurre este filme del que, como la vieja canción de Barricada, podría decirse que lo suyo “es puro teatro”.

A la nouvelle vague no le gustaba Claude Lelouch. Ahora, cuando de aquel proyecto apenas sobrevive el hechicero mayor, Jean Luc Godard, a quien Agnes Varda calificó de rata, el tiempo ratifica sus opinión. Y además se han librado de ver lo peor de Lelouch. Si el Lelouch que hace 53 años filmó “Un hombre y una mujer” con sus “dabadabada” y eso sí, la sensualidad desbordada de Anouk Aimée y Trintignant, les parecía cursi; el que ahora sostiene “Los años más bellos de una vida” los habría aniquilado.