Título Original: DESTROYER Dirección: Karyn Kusama Guión: Phil Hay, Matt Manfredi Intérpretes: Nicole Kidman, Sebastian Stan, Tatiana Maslany, Toby Kebbell Nacionalidad: EE.UU. 2018 Duración: 123 minutos
El héroe que nos acecha
Sin Nicole Kidman y su transfiguración en una mujer de rostro ajado, una policía alcoholizada que cuando se mueve, se arrastra; que cuando habla, susurra; “Destroyer” probablemente no hubiera logrado ser estrenada en salas. Pero Nicole Kidman convierte a su personaje en el principio y fin de una película que habla de la angustia de los remordimientos para tejer un crispado tapiz sobre el peso de la culpa.
Por su escala cromática, por la gramática de su relato y por la psicología de sus personajes, “Destroyer” evoca el cine de los noventa. Es suyo el modelo del thriller posmoderno y crepuscular que se sirve de la ruptura del tiempo narrativo para introducir suspense a una historia mil veces contada. Pero, de hecho, hay mucho también del cine clásico negro, y mucho de esos modelos nutren el personaje de Kidman: de la imaginería cultivada por Chandler y Hammett, a la renovación impuesta por los Ellroy y James M. Cain.Pero con beber de tantas fuentes, la película de Karyb Kusama va de más a menos de manera inevitable. Autora de títulos de acción protagonizados muchas veces por mujeres de fuerza y coraje, esta neoyorquina de Brooklyn, que acaba de cumplir los 50 años y que se suma con buenos argumentos al todavía muy reducido grupo de directoras con mando en el cine de aventura y violencia, no encuentra jamás el pulso necesario para hacer creíble la descomposición de una mujer herida, angustiada por el pasado.
En el filme reverbera el horror extremo que encarnó en la vida real el recientemente fallecido Charles Mason, responsable intelectual, entre otros, del asesinato de Sharon Tate. También, la directora explora ese terreno de bruma y contradicción que se repite en muchas de sus obras precedentes. De ahí, que los fantasmas que acosan al personaje de Kidman vayan construyendo un arquetipo demasiado convencional. Poco importa que al final, la directora, en un juego malabar, introduzca una sensación de bucle, de espejismo. Nada salva a lo que, durante casi dos horas, languidece por falta de química. Kidman, sobreactuada, acaba atrapada en su propia hipérbole. Es la suya, la crónica triste de una (auto)destrucción sin esperanza.