Escasamente conocida entre nosotros y, por lo tanto, en absoluto recordada, Lee Israel fue una reconocida autora de biografías que en los años 60 y 70 cosechó notables ventas y un indiscutido prestigio. Fue autora de semblantes como los dedicados a Katherine Hepburn, una inmersión emocional que buceó en la legendaria historia de amor entre la actriz de “La fiera de mi niña” y Spencer Tracy.
Doscientos millones de dólares y 15.000 empleados dan noticia del poder que sostiene esta película, “Alita: Ángel de batalla”. Un poder alimentado por su productor, James Cameron, uno de los más influyentes y exitosos profesionales de las últimas tres décadas; y rubricado por su director, Robert Rodríguez, un cineasta que, junto a Tarantino, renovó y emblematizó el cine de los 90.
El costumbrismo, por mas que se deje conducir por la autocomplacencia y la sal gruesa; por encima o por debajo del acierto de su piel, siempre arroja indicios importantes sobre la temperatura social del paisa(na)je que representa. En los años 50 y comienzos de los 60, Azcona, Berlanga, Bardem y compañía, dibujaban hombres y mujeres ridículos; un pelotón de náufragos y supervivientes en una sociedad de zapatos rotos y peluquería de barrio.
Hasta que la película de “El candidato” no atraviesa el ecuador de su metraje, todo cuanto rodea a esa reconstrucción idealizada del hacer de Gary Hart se mueve en la algarabía impresionista del circo electoral norteamericano.
Cuando La directora libanesa Nadine Labaki presentó en mayo de 2018, “Cafarnaun” en Cannes, festival del que salió bendecida por el público y beneficiada por el palmarés, afirmó algo así como “prefiero hacer pornografía emocional antes que ser cínica”.
El barro que modela esta reflexión histórica entre dos reinas británicas, la que da título al filme y su prima Isabel de Inglaterra, sabe del teatro. Su médula espinal proviene del verbo y, como tal, son los diálogos quienes marcan su primer atributo, el principal tesoro, de un filme que no llega a la perversa brillantez de “La favorita”, pero que ofrece muchos atractivos.
Hay demasiadas circunstancias en “High Life” como para despacharla con una crónica de urgencia. Por ejemplo, el peso de su realizadora, Claire Denis, una cineasta veterana que llegó a la dirección tras aprender el oficio al lado de vacas sagradas como Rivette, Jarmusch, Wenders y Costa Gravas…
Ante la visión de “Basque Selfie” cabría preguntarse por la naturaleza de este filme atípico, una producción doméstica en torno a un trikitilari atribulado porque los planes de urbanismo han condenado a muerte el viejo baserri familiar que, por otro lado, amenaza ruina.
Hacia el último tercio, cuando ya nadie puede llamarse a engaño sobre la posibilidad de que en esta película surja el más mínimo interés, se verbaliza lo evidente, el modelo del que se ha partido se titula “La guerra de los Rose” de Danny DeVito.
Ahora se avergüenza y pide perdón, pero hace 20 años Peter Farrelly, junto a su hermano Bobby, dinamitó la muga del buen gusto y la corrección politica. En un claro desfase entre la ficción de sus comedias locas y la vida corriente, Peter Farrelly se hizo popular por una grosería; en cuanto tenía ocasión mostraba su pene a sus interlocutores, fundamentalmente si éstas eran mujeres.