En “Dogville”, Lars von Trier, siempre tan lúcido, siempre tan perverso, colocaba al espectador en una situación incómoda al apropiarse del artificio del lenguaje teatral. En su corte de mangas al verosímil cinematográfico, en su ruptura con respecto a la servidumbre al realismo fotográfico, la escenografía mostraba estructuras sin paredes.
La primera noticia que tuvimos de María Alché fue encarnando el personaje de Amelia en “La niña santa” de Lucrecia Martel. Tenía 20 años, ella era la niña Amalia y ni siquiera sabía que estaba en el comienzo de una carrera profesional. Desde entonces, María Alché ha intervenido en casi una decena de largometrajes y varios cortos.
“La profesora de parvulario” tiene un precedente israelí. Estamos ante un remake habitual en el cine americano que compra derechos de películas extranjeras para revenderlas tras una operación de lifting siempre de valor discutible. De “Abre tus ojos” de Amenábar, convertida en “Vanilla sky”, a “Déjame entrar”, por citar dos ejemplos, hay decenas de remakes a los que, para eso tienen el poder, la industria de Hollywood se encarga de borrar el modelo de partida para que se imponga su propio discurso.
Desde el primer instante, el arte parece ser el tema, el núcleo duro de un filme que ambiciona mucho y que por mucho abarcar termina por quedarse con muy poca sustancia. Hay directores que aciertan tanto y de manera tan contundente con una película, que ese logro termina por arruinar sus trayectorias.
El principal escollo que ancla la voluntad de vuelo de “Identidad borrada” merece ser respetado. Reconstruida con los mimbres de un hecho real -al final veremos las imágenes de los verdaderos protagonistas-, la capacidad de fabulación de este filme escrito y dirigido por Joel Edgerton, tiene las manos atadas. Por si fuera poco, la repercusión del tema, no se presta a excesos ni distorsiones.
Se asegura que en los años 40, el capitán Marvel, nombre primigenio de Shazam, fue más popular que el propio Superman. De hecho, la DC denunció a la Fawcett Comics, la cuna natal del personaje, por presunto plagio. Lo curioso es que la vida da muchas vueltas, y el viejo capitán Marvel, nacido en 1939, pasó a las filas de la DC y hoy es una de sus mejores bazas frente a la Marvel.
Assayas está escribiendo una de las páginas más personal e intensa del cine francés contemporáneo. Más que heredero se diría que, en algún modo, estamos ante el último mohicano de la “nouvelle vague”. Acaba de cumplir 64 años, es decir, nació en el tiempo en el que, desde Cahiers du Cinéma, se pergeñaba la fundación de la nueva ola.
Lejos, muy lejos, del tono oscuro e inquietante del Terence Davies de “The Deep Blue Sea” e incapaz de seguir los luminosos caminos del melodrama abiertos por David Lean; “El día que vendrá” se sostiene en pie porque cuenta con una poderosa historia en donde se analiza un resbaladizo puente entre los prejuicios y la reconciliación, entre el perdón y la culpa.
Las dos únicas bombas atómicas arrojadas contra la humanidad arrasaron Japón, pero avisaban a la URSS. En realidad fueron una macabra y criminal amenaza. Para entonces, agosto de 1945, los japoneses solo (man)tenían su código de honor porque la derrota ya estaba consumada.
En una cartelera dominada por un cine insustancial, edulcorado o simplemente mediocre e incluso nocivo, encontrarse con un veterano como Denys Arcand dispuesto a resistir ante la banalidad del cine contemporáneo, supone un feliz regalo.