La línea que separa la genialidad de la locura, la excelencia del delirio o el arte del asesinato, por muy sutil y delgada que sea, existe. Ese último velo lacaniano (la belleza, lo sublime) que nos separa de la Cosa, se lo salta Lars von Trier con una propuesta tan inteligente como perversa; tan repleta de significados colaterales como monocorde en la manifestación de un narcisismo infectado por la misoginia y la psicosis.

Ante la presentación de “Creed I” se hacía evidente la plasmación del paso del tiempo. Era la séptima entrega de la llamemos saga “Rocky”. Habían pasado cuarenta años desde que se empezó a filmar la historia de un boxeador de serie B al que una oportunidad le colocó en la cima del mundo pugilístico.

En “Glass” se asiste a un fenómeno singular. Con “Glass” se cierra una trilogía cuya gestación no ha seguido los cauces habituales. Entre las notables, hay trilogías pergeñadas desde el primer día del rodaje, por ejemplo, “El señor de los anillos”; y trilogías concebidas por el éxito de cada un de sus entregas, “Toy Story” (aunque ahora es ya tetralogía).

A László Nemes le bastó con su primera película, “El hijo de Saúl”, para ser invitado al Olimpo de los grandes directores del cine europeo. El Gran Premio del Jurado de Cannes legitimaba la calidad de un realizador que acababa de cumplir los 40.

Todo en este filme sabe del extrañamiento. Todo aparece (re)surgido y (a)sumido desde lo periférico. Hijo de la línea de sombra, esa muga donde lo real se torna extraordinario, hay muchos argumentos en “Border” como para no tomárselo muy en serio.

Del cine de Vietnam rara vez se sabe algo y, aunque “La tercera esposa” viene tras recorrer festivales cosechando premios bajo esa bandera, conviene puntualizar que su guionista y directora, Ashleygh Mayfair, aunque vietnamita de nacimiento se licenció en Literatura Inglesa en Oxford, estudió en la Royal Academic of Dramatic Arts de Londres y lleva algún tiempo trabajando en EE.UU.

La prosa de Nick Hornby lleva seduciendo al mundo del cine desde hace mucho tiempo. En este caso, “Juliet, desnuda”, en cuanto libro, cumple ahora diez años pero su contenido permanece vigente, esa mezcla de romanticismo contemporáneo de suaves perfiles pero roles y contextos reconocibles en el aquí y ahora, le imprimen unas virtudes en tiempo de cine hiperbólico de estruendo y furia.