La línea que separa la genialidad de la locura, la excelencia del delirio o el arte del asesinato, por muy sutil y delgada que sea, existe. Ese último velo lacaniano (la belleza, lo sublime) que nos separa de la Cosa, se lo salta Lars von Trier con una propuesta tan inteligente como perversa; tan repleta de significados colaterales como monocorde en la manifestación de un narcisismo infectado por la misoginia y la psicosis.

Ante la presentación de “Creed I” se hacía evidente la plasmación del paso del tiempo. Era la séptima entrega de la llamemos saga “Rocky”. Habían pasado cuarenta años desde que se empezó a filmar la historia de un boxeador de serie B al que una oportunidad le colocó en la cima del mundo pugilístico.

En “Glass” se asiste a un fenómeno singular. Con “Glass” se cierra una trilogía cuya gestación no ha seguido los cauces habituales. Entre las notables, hay trilogías pergeñadas desde el primer día del rodaje, por ejemplo, “El señor de los anillos”; y trilogías concebidas por el éxito de cada un de sus entregas, “Toy Story” (aunque ahora es ya tetralogía).