Tan insustancial y relamida y tan altamente peligrosa para diabéticos emocionales como la primera entrega, “Mamma mia: Una y otra vez”, hace honor al (sub)título castellano que luce. Una y otra vez (re)suenan las mismas canciones.
De las películas que nutren el fondo de la cartelera -títulos de pobre calidad y autoría incierta-, emanan los mejores materiales para tomar el pulso a “lo que pasa”. El genio o la estrella representan a la humanidad peor que el hombre gris o la persona anónima.
Por razones que se me escapan, “La revolución silenciosa”, un filme ambientado en medio de la zozobra de Praga, cuando la URSS impuso su ley y el muro de Berlín comenzaba a imaginarse como solución necesaria, evidencia más cartón piedra que toda la serie de peplums de Maciste.