En el principio era Bertolt Brecht. O mejor aún, su voluntad de devolver al público la consciencia perdida. Con él, Haneke llegó al cine para demostrar una maestría excepcional. Podría haber escogido otro lenguaje, otro medio, y también hubiera sido brillante. Su peso intelectual se sabe de categoría suprema.

Con las biografías se corre el peligro de olvidar que lo propio de la creación artística, o sea esa experiencia subjetiva que se interroga a sí misma, pertenece a la autobiografía. Dicho de otro modo, Haifaa Al-Mansour, la primera directora de Arabia Saudí, titula su película “Mary Shelley”, pero no es de la creadora de Frankenstein de lo que trata esa película por más que lo parezca.

En la trayectoria de Soderbergh hay un punto vertebral en el cambio del siglo XX al siglo XXI. En 1998 había realizado “Ocean´s Eleven”, un enérgico divertimento. En 2002 le echó un pulso a Tarkovski, para releer al Stanislaw Lem de “Solaris”.

Hay un momento vertebral en este filme donde guionista y director traspasan el umbral del verosímil. A partir de allí, le es dado a la persona espectadora de este relato poner en duda todo lo que hasta ese momento creía ver. Dicho de otro modo, tras el estupor de asistir a una actitud inesperada, surge la claridad de vislumbrar que lo real no es lo que creía.