Tan insustancial y relamida y tan altamente peligrosa para diabéticos emocionales como la primera entrega, “Mamma mia: Una y otra vez”, hace honor al (sub)título castellano que luce. Una y otra vez (re)suenan las mismas canciones.
De las películas que nutren el fondo de la cartelera -títulos de pobre calidad y autoría incierta-, emanan los mejores materiales para tomar el pulso a “lo que pasa”. El genio o la estrella representan a la humanidad peor que el hombre gris o la persona anónima.
Por razones que se me escapan, “La revolución silenciosa”, un filme ambientado en medio de la zozobra de Praga, cuando la URSS impuso su ley y el muro de Berlín comenzaba a imaginarse como solución necesaria, evidencia más cartón piedra que toda la serie de peplums de Maciste.
En el principio era Bertolt Brecht. O mejor aún, su voluntad de devolver al público la consciencia perdida. Con él, Haneke llegó al cine para demostrar una maestría excepcional. Podría haber escogido otro lenguaje, otro medio, y también hubiera sido brillante. Su peso intelectual se sabe de categoría suprema.
Lo primero que queda claro tras la proyección de “El mejor verano de mi vida” es que, sin Leo Harlem esta película no funcionaría. El principal protagonista de esta película es a Leo Harlem lo que Torrente a Santiago Segura.
Con Keanu Reeves empieza “Siberia”; con Keanu Reeves termina. Del primero al último plano todo debe reverencia al protagonista de “Matrix”. Aquel Neo encarna aquí a un norteamericano traficante de diamantes en la Rusia actual.
Con las biografías se corre el peligro de olvidar que lo propio de la creación artística, o sea esa experiencia subjetiva que se interroga a sí misma, pertenece a la autobiografía. Dicho de otro modo, Haifaa Al-Mansour, la primera directora de Arabia Saudí, titula su película “Mary Shelley”, pero no es de la creadora de Frankenstein de lo que trata esa película por más que lo parezca.
En la trayectoria de Soderbergh hay un punto vertebral en el cambio del siglo XX al siglo XXI. En 1998 había realizado “Ocean´s Eleven”, un enérgico divertimento. En 2002 le echó un pulso a Tarkovski, para releer al Stanislaw Lem de “Solaris”.
Si se sabe que su protagonista tiene la espina dorsal reventada, los movimientos limitados y está postrado en una silla de ruedas, la sentencia del título adquiere un tinte negro oscuro de humor incorrecto.
Hay un momento vertebral en este filme donde guionista y director traspasan el umbral del verosímil. A partir de allí, le es dado a la persona espectadora de este relato poner en duda todo lo que hasta ese momento creía ver. Dicho de otro modo, tras el estupor de asistir a una actitud inesperada, surge la claridad de vislumbrar que lo real no es lo que creía.