Tan insustancial y relamida y tan altamente peligrosa para diabéticos emocionales como la primera entrega, “Mamma mia: Una y otra vez”, hace honor al (sub)título castellano que luce. Una y otra vez (re)suenan las mismas canciones.
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En el principio era Bertolt Brecht. O mejor aún, su voluntad de devolver al público la consciencia perdida. Con él, Haneke llegó al cine para demostrar una maestría excepcional. Podría haber escogido otro lenguaje, otro medio, y también hubiera sido brillante. Su peso intelectual se sabe de categoría suprema.
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Con las biografías se corre el peligro de olvidar que lo propio de la creación artística, o sea esa experiencia subjetiva que se interroga a sí misma, pertenece a la autobiografía. Dicho de otro modo, Haifaa Al-Mansour, la primera directora de Arabia Saudí, titula su película “Mary Shelley”, pero no es de la creadora de Frankenstein de lo que trata esa película por más que lo parezca.
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Hay un momento vertebral en este filme donde guionista y director traspasan el umbral del verosímil. A partir de allí, le es dado a la persona espectadora de este relato poner en duda todo lo que hasta ese momento creía ver. Dicho de otro modo, tras el estupor de asistir a una actitud inesperada, surge la claridad de vislumbrar que lo real no es lo que creía.