Terror canónicoTítulo Original: THE STRANGERS: PREY AT NIGHT Dirección: Johannes Roberts Guión: Bryan Bertino y Ben Ketai Intérpretes: Christina Hendricks, Bailee Madison, Martin Henderson y Lewis Pullman País: EE.UU. 2017 Duración: 85 minutos ESTRENO: Junio 2018
Construida de manera canónica, la gran virtud de “Los extraños: Cacería nocturna” es que respeta las reglas. Conoce el género y sabe confeccionar una trama que, aunque previsible y sencilla, sortea los peligros de la rutina con el rigor de la puesta en escena. Dicho de otra manera; pese a que no aporta nada personal a un modelo que alcanzó su máxima expresión hace cuarenta y cuatro años con “La matanza de Texas”, sabe cómo zarandear al espectador sin incurrir en la estridencia, ni emborracharse de sangre, aunque de sangre no esté mal servida.
Ejecutada como un ejercicio de estilo, “Los extraños: Cacería nocturna” rinde pleitesía a su título y desarrolla lo que anuncia; una cacería (humana). Si a su pulcritud formal poco hay que achacarle -quizá alguna anemia en su ritmo, más evidente en su primer tercio-, es en su trasfondo ideológico donde aparecen sus peores errores y horrores. Esta pieza de terror gótico americano descansa, como aquellas “malas” películas que descuartizaban en las entregas de Scream, en una base profundamente recalcitrante. Cuanto más eficaz parece la solvencia de su director para generar tensión, angustia y mal rollo, más discutibles resultan sus intenciones. Forjado en el cine de terror, Johannes Roberts, un británico nacido en Cambridge hace 42 años, lleva casi veinte encadenando títulos de ADN de videoclubs, cuando esos establecimientos podían sobrevivir. Ahora, presuntamente, su legado fílmico nutrirá portales en los que se bajan las películas sin peaje ni control.
Basada en “The Strangers” (2008), película escrita por Bryan Bertino, autor también de esta secuela, su trama se inspira en asesinatos como el sufrido por Sharon Tate en su propia casa, asaltada por un puñado de psicópatas alucinados. Aquí se repite el pretexto pero, en lugar de en una casa convencional, la masacre ocurre en un camping con cabañas y roulotes. El desenlace, se adivina en cuestión de segundos. Familia-presa sometida a una muerte progresiva en una cacería que parece un anuncio pagado por los amigos del rifle y los tutores de instituto en campaña contra la rebeldía juvenil. Nada nuevo. Su final, un guiño a Tobe Hooper, nos recuerda que hay cosas que no han cambiado.