Hasta ahora, Ari Aster era un total desconocido. Un chaval alumbrado hace 32 años en la Nueva York que se encaminaba hacia su transformación en un parque temático. Nació al final de la década de los 80 y la ciudad de Woody Allen y Martin Scorsese sufriría, poco después, bajo la batuta de su alcalde Rudy Giuliani, algo más que un cambio de maquillaje.
Bajo tres banderas aparece “No dormirás”, una película dirigida por Gustavo Hernández que se adentra en el suspense bajo la advocación a Polanski. Todo el mundo se aferra al hacer de un cineasta que convirtió su vida en una fuga permanente. Y aunque es posible que algo del autor de “El quimérico inquilino” se proyecte sobre este No “dormirás”, su sustancia vital mira hacia dos hechos muy diferentes y aquí encadenados.
Casi merece recibir el reconocimiento de un subgénero ese cine que transita alrededor de las excelencias de la cocina. Hay tantas películas en torno a los chamanes del siglo XXI, esos genios del menú a la carta que han sustituido a intelectuales y artistas a golpe de estrellas Michelín, que incluso el Zinemaldia las celebra bajo la etiqueta “culinary zinema”. Se trata de una sección en donde el relato cinematográfico siempre sufre una devaluación, en favor de exaltar los prodigios de la cocina.