No se desvela el argumento si se descubre que en el último filme de Roman Polanski, “Basado en hechos reales”, esos hechos reales de los que habla, deben ser entendidos al estilo surrealista. ¿Qué quiere decir?
Que hablamos de una realidad absoluta: la consciente y la inconsciente, la física y de psíquica, la realidad del que permanece en vigilia y la del que se hunde en pesadillas de fantasmas sin nombre ni lógica.
Dibujado con fervor de geómetra y obediencia fordiana, “Sweet Country” pronto evidencia que de dulce nada tiene. Al contrario, su historia duele por amarga. Todo en este filme rezuma polvo y sequedad. Como los aborígenes que se pasean como fantasmas desterrados de su patria.
Zarandeado por la alta presión que supone pilotar una máquina de hacer dinero -”Star Wars” cada vez es más negocio que ocio-, la historia de la juventud de Han Solo ha sufrido más de la cuenta. Ha sido carne de especulación y enfrentamientos.