Será solo casualidad, nadie lo discute, pero sigue bajo sospecha la coincidencia de dos naufragios en el mismo sitio. Tanto Orson Welles como Terry Gilliam, dos americanos errantes en Europa, dos yanquis fugitivos, desterrados de EE.UU. por iconoclastas, por irreverentes y por indomesticados, se obsesionaron con la locura de don Quijote.
Levantada con la estructura de la primera parte de la novela autobiográfica de Marguerite Duras, la que se editó en 1985 pero que había sido escrita casi 40 años antes, esta pieza de orfebrería y fervor parece un monumento en honor de su protagonista.
Construida de manera canónica, la gran virtud de “Los extraños: Cacería nocturna” es que respeta las reglas. Conoce el género y sabe confeccionar una trama que, aunque previsible y sencilla, sortea los peligros de la rutina con el rigor de la puesta en escena.