Si algo no se le puede achacar a Mar Targarona, directora de Secuestro, y a su guionista, Oriol Paulo, es falta de entusiasmo. En Secuestro se han puesto tantas ganas, tantas ideas, tantas referencias y tantos medios para hacer de él, un filme redondo, que su mayor debilidad reside en esa acumulación desordenada de ideas y subrayados.
Con importantes modificaciones argumentales con respecto a la versión que en 1977 dirigió Don Chaffey, este Peter y el dragón funciona como un arquetípico producto Disney. Desarrolla toda la artillería pesada para provocar la emoción cuantas veces haga falta, posee una factura solvente, los efectos especiales rozan la plenitud y la historia funciona tanto para los más pequeños como para los adultos que les acompañen.
En otros territorios no suele pasar pero en el terror son muchas las películas que, antes de ser largometrajes y gozar de una distribución internacional normalizada, nacieron como cortometrajes. Los resultados no suelen ser buenos porque si el cortometraje lo era, quiere decir que tenía la duración, el tono y el desarrollo que la historia exigía.
La nota dominante de este filme de buena voluntad y débil cinematografía nace de la incómoda contradicción entre la nobleza de lo expuesto y la mediocridad de su prosa. Y eso, en estos casos, irrita todavía más. De hecho, ese “décalage”, esa incoherencia ante este tipo de producciones que apelan a la ética y lo moral pero descuidan el oficio y la autenticidad de la historia que cuentan, resulta doblemente frustrante. Se dirá, en este caso, que no hay una producción a lo Jason Bourne, y que los dineros escaseaban. Sin duda dirán lo cierto.
Han pasado 32 años de aquel Cazafantasmas de Ivan Reitman donde Harold Ramis, Ernie Hudson, Bill Murray y Dan Aykroyd se convirtieron en emblema y fenómeno de masas del cine de evasión y fantasía. Canadiense de origen eslovaco, Reitman comenzó trabajando junto al David Cronenberg más sórdido y voraz a quien le produjo Vinieron de dentro (1974) y Rabia (1977). Luego cultivó su lado más gamberro y le toco la lotería cuando Las incorregibles albóndigas y El pelotón chiflado fueron fuente de oro y risas.
Hay tanto retruécano, tanto McGuffin, tantos hilos cruzados en su telaraña, que Al final del túnel termina por abrumar. Hija de su tiempo, la película de Rodrigo Grande se percibe satisfecha de guión, potente y segura en sus ingredientes, diestra y vital en su narrativa. En ella, Grande ha puesto muchas cosas, muchas referencias cinéfilas, muchas citas literarias y demasiadas ambiciones. Y al frente, ha colocado a un actor competente, un Leonardo Sbaraglia que se hace con un personaje sobrecargado de circunstancias.
Edward Zwick se mueve con autoridad en el Hollywood del lujo y el Oscar. Nunca será un gran cineasta pero resulta solvente en su oficio. En realidad es un Spielberg de baja gama que, en consecuencia, siempre formaliza bien sus productos amparado en una calculada estrategia de cartera amplia y escaso riesgo. Entre sus títulos cabe citar Leyendas De Pasión (1994); El Último Samurái (2003); Diamante De Sangre (2006) y Resistencia (2008).
De manera más o menos evidente, a las mascotas se les atribuyen virtudes para alejar desgracias y/o (a)traer buena suerte. Y estas Mascotas han llegado en el verano de 2016 con mucho más que buenaventura bajo el brazo. Por lo pronto, a la vista de los consecutivos hundimientos de la programada cultura mainstream para el verano de 2016, digamos que Mascotas es la excepción y ofrece la mejor garantía de propiciar un buen rato tanto a la chavalería como a quienes entienden que un filme de animación también puede ser cine mayúsculo.
Vilipendiado con saña y descalificado con sospechoso fervor, Escuadrón suicida aparece como el gran naufragio fílmico del año. Digamos que, en efecto, confunde fortaleza con estruendo, humor con gansada y acción con atropello. Demasiado aturdimiento para sostener la única idea que tenían. Para llevarla a efecto, la DC no ha escatimado gastos.
El año que viene se cumplirán 30 años del estreno de Sorgo rojo. Hasta entonces, 1987, apenas se había tenido noticias del cine chino. Con Sorgo rojo el mundo descubrió a un cineasta sensible y singular llamado Zhang Yimou y a una actriz excepcional, Gong Li. Con Regreso a casa, filme preñado de coincidencias y doble sentido, asistimos a un exaltado reencuentro en el presente que se toma cumplida cuenta de los sufrimientos del pasado. Yimou y Li se alían en un relato melodramático y vibrante; un fresco histórico sobre la China del tercer tercio del siglo XX, la que arranca con la revolución cultural de Mao y periclita en el amanecer del neocapitalismo pseudocomunista.