Nuestra puntuación
Celebración de despedida
Título Original: STILLE HJERTE Dirección: Bille August Guión: Christian Torpe Intérpretes: Guita Norby, Morten Grunwald, Paprika Steen, Danica Curcic, Jens Albinus, Pilou Asbaek Nacionalidad: Dinamarca. 2014 Duración: 97 minutos ESTRENO: Septiembre 2015
Desde su origen, el cine no ha hecho otra cosa que asomarse a la vida para reflejarla de manera más o menos veraz, más o menos real, más o menos certera. Su potencial de fascinar, no depende tanto de la exactitud del retrato sino de su capacidad de transmitir aquello que va más allá del espejo, aquello que se adentra en lo que ya no pertenece a la física sino a la psicología, al arte y a la metafísica. Bill August, un director con historia larga y reconocimientos viejos, de quien ya parecía difícil esperar una pieza mayor, regresa en plena madurez a las esencias de la cinematografía que le vio nacer: la sueca.
Corazón silencioso posee muchos atractivos para ser merecedora de atención. En las antípodas de ese cine escapista de testosterona y destrucción, August abre la puerta al final de la vida. Y es la suya la mirada de quien sabe de qué habla y de quién se roza con lo que cuenta. Y lo que cuenta, lo que ensaya con más valentía que equilibrio, apunta al derecho a una muerte aceptada, al hecho de poder elegir la hora y las circunstancias de decir adiós a la vida.
Si no se acepta la muerte, todos los finales nos parecerán insoportables. Eso ocurría en el cine clásico del comieron perdices y happy end. Pero los del cine clásico, cine dominado por los maquinistas de las finanzas, por los dueños del negocio, sabían que la tragedia de la vida vende menos y asusta más. Una ley que todavía no ha cambiado y que August no respeta, para dar lugar a interpretaciones de altos registros y escasas flaquezas. En las antípodas de Celebración, Corazón silencioso (lamentable titulo) plantea una reunión familiar al uso. En ella hay resquemores viejos y recuerdos dulces, cuñados que no son “familia” y una despedida. Una última cena laica para mirar con serenidad el derecho a convocar una muerte digna, a salir al encuentro de ella y diblar el horror de una enfermedad destructiva.
Corazón silencioso posee muchos atractivos para ser merecedora de atención. En las antípodas de ese cine escapista de testosterona y destrucción, August abre la puerta al final de la vida. Y es la suya la mirada de quien sabe de qué habla y de quién se roza con lo que cuenta. Y lo que cuenta, lo que ensaya con más valentía que equilibrio, apunta al derecho a una muerte aceptada, al hecho de poder elegir la hora y las circunstancias de decir adiós a la vida.
Si no se acepta la muerte, todos los finales nos parecerán insoportables. Eso ocurría en el cine clásico del comieron perdices y happy end. Pero los del cine clásico, cine dominado por los maquinistas de las finanzas, por los dueños del negocio, sabían que la tragedia de la vida vende menos y asusta más. Una ley que todavía no ha cambiado y que August no respeta, para dar lugar a interpretaciones de altos registros y escasas flaquezas. En las antípodas de Celebración, Corazón silencioso (lamentable titulo) plantea una reunión familiar al uso. En ella hay resquemores viejos y recuerdos dulces, cuñados que no son “familia” y una despedida. Una última cena laica para mirar con serenidad el derecho a convocar una muerte digna, a salir al encuentro de ella y diblar el horror de una enfermedad destructiva.