Filadelfia es también el hábitat donde se ha (con)formado el universo de M. Night Shyamalan, un cineasta de origen hindú convertido en un Stephen King cinematográfico. Allí, una tras otra, nacieron sus obras: El sexto sentido, El protegido, Señales, El bosque, La joven del agua… En ese devenir, Shyamalan ha pasado de conocer el aplauso unánime a ser zarandeado y puesto en cuestión.
La espina dorsal de su argumento proviene de un transplante del guión de Bourne en un organismo que posee el corazón de un teenager amante de los tebeos. Eso provoca un extraño maridaje; un tono ambivalente que combina lo excesivo del thriller con lo hiperbólico del humor, una mezcla agridulce entre la acción y el chiste de sal gruesa y aceite espeso. Dicho así, cabría pensar en un monstruo bicéfalo y no es cierto.
Genio y figura, la obra de Julio Medem puede ser atacada desde mil frentes. Y desde mil frentes puede ser hecha añicos. Sus poemas han vivido en angustia extrema. Caótica Ana ejemplificó en grado sumo ese lanzarse a tumba abierta. Pero todas, desde Vacas hasta Ma Ma, obedecen a un ejercicio de coherente coherencia.