Meta en la coctelera una buena base del espía más famoso de todos los tiempos, el que estaba al Servicio de su Majestad… James Bond. Luego, añada una pequeña pero sustancial cantidad de Superagente 86. Derrame también unas cuantas gotas de Los vengadores y finalmente, ya a discreción, para evitar sabores añejos, rocíe todo con referencias contemporáneas.
Lo único interesante de La mujer de negro 2 se disipa poco después de comenzar. Cuando acaban los créditos iniciales se impone que, en esta entrega, ha desaparecido todo aquello que de interés hizo que la anterior Mujer de negro sirviera para creer que el viejo espíritu de la Hammer había renacido.
En la época dorada de las grandes revistas fotográficas, cuando publicar en Life era semejante a ser reconocido por el MOMA o a ganar un Pulitzer, circulaba una leyenda sobre el proceso de selección de su redactor jefe. Según la misma, el ritual se repetía de manera sistemática. Todos los días, un desfile de reporteros pedían audiencia y acudían prestos con sus mejores trabajos. Eran instantáneas provenientes de las zonas calientes, de los epicentros exóticos y distantes, de los más castigados por la violencia el hambre o la muerte.
Los hilos, al menos los de su espina dorsal, que mueven este documental inteligente y metafórico, mucho saben y mucho deben a Werner Herzog. Como es bien sabido, Herzog representa la paradoja del binomio entre el cine de ficción y el de no ficción. Se trata de una división original porque su enfrentamiento se data ya en el mismo nacimiento del cinematógrafo.
El éxito nubla la mente y la ambición, destruye el talento. De lo segundo, de talento, mejor no hablar porque en Samba brilla por su ausencia. Pero fue el caso que Eric Toledano y Olivier Nakache arrasaron con Intocable, un filme que se ganó al público conjugando dos verbos de eficacia probada.