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La inevitable suciedad de la ambición

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Título Original: A MOST VIOLENT YEAR Dirección y guión:  J.C. Chandor  Intérpretes: Oscar Isaac, Jessica Chastain, David Oyelowo, Alessandro Nivola, Albert Brooks y Catalina Sandino Moreno Nacionalidad:  EE.UU. 2014  Duración: 125 minutos  ESTRENO: Marzo 2015

A J.C. Chandor le han bastado tres películas para convertirse en un clásico. Y esta tercera, la gran ignorada por el Oscar y sus acólitos, probablemente sea la mejor, la que ratifica algo que Margin Call adelantaba en su momento. Entre aquel filme que hablaba de los colmillos afilados de eso que denominan recursos (in)humanos y en cuyo nombre se cometen barbaridades sin compasión, y El año más violento, se conforma una de las personalidades más coherentes del cine contemporáneo estadounidense.
Es cierto que Cuando todo está perdido, su segundo largometraje protagonizado de manera omnipresente por Robert Redford, acusaba, quizá en exceso, ese planteamiento argumental consistente en narrar la odisea de un hombre perdido a la deriva al chocar su embarcación con un contenedor en alta mar. Pero incluso, en ese caso, Chandor aprovechaba la ocasión para, en tan acotada puesta en escena, reforzar su abanico de recursos visuales. Además, indirectamente, Chandor entrelazaba el deber con el querer. Margin Call debutó en Sundance donde su presidente, Redford, no dudó en apoyar a Chandor. Y Chandor le regaló un filme total con el que Redford retomaba un protagonismo que en los últimos tiempos le era muy caro.
El año más violento, con un sólido reparto, a Chandor le gusta cubrirse las espaldas con excelentes actores, se adentra en el campo minado de la ambición. Si Margin Call desnudaba la ignominia de los lobos financieros, en su tercer filme, Chandor bucea en las orillas de la ilegalidad comercial. Dicho de otro modo, Chandor se cuestiona si el libre comercio no estará emponzoñado hasta el punto de corromper a todo ser humano que (se) cree en él.
Oscar Isaac encarna a un empresario del transporte de carburante en la Nueva York de 1981. Su personaje baila sobre la delgada línea de la ética, intentando siempre no cruzarla. Desea hacerse rico sin mancharse las manos y para ello dispone de un talento brillante para desplegar sus estrategias comerciales y de una decidida voluntad de trabajo. Alecciona a sus empleados, los conoce por su nombre, se comporta como un líder algo mesiánico que predica la no violencia en un juego de zancadillas y especulación.
También ¿dispone? de una esposa que lleva la contabilidad de la empresa, hija de un emprendedor que no dudó en mancharse manos y brazos y de quien quizá heredó lo que no debía. En ese cuadro familiar, justo en el momento en el que han comprado una casa de lujo, al mismo tiempo que inicia una operación para adquirir una gran nave al lado de un muelle que le permitirá controlar el negocio del petroleo neoyorquino, arranca el conflicto. Le roban los camiones cargados de combustible, le investiga un fiscal que lo cree corrupto y le crecen los problemas en una espiral de tensión que reclama violencia.
Con ese fondo de cielo amenazador que solo podrá descargarse a través de la tormenta, Chandor acude a Shakespeare para bucear en la condición humana. Y lo hace con ecos robustos de tragedias inolvidables. No hay maniqueísmos ni simplificaciones. Su retrato de una mafia sin sangre pero dispuesta a jugar sucio, agita la fe de un hombre cuyos procedimientos comerciales son analizados sin sordina ni conmiseración. Al contrario. La gran virtud de Chandor reside en su sobriedad, en su falta de empatía, en su capacidad para abrir las entrañas sin que salte una gota que salpique el lienzo. Si la descripción de los personajes resulta soberbia, hay una persecución de coches insuperable, aterradora y precisa. Todo ello para resignificar que el dinero siempre huele, siempre cuesta, siempre acaba justificándolo todo.

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