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Las añoranzas épicas de un perro pastor
Título Original: AMERICAN SNIPER Dirección: Clint Eastwood Guión: Jason Dean Hall; basado en el libro de Chris Kyle Intérpretes: Bradley Cooper, Sienna Miller, Jake McDorman y Luke Grimes Nacionalidad: EE.UU. 2014 Duración: 134 minutos ESTRENO: Febrero 2015
Para El francotirador y probablemente para Clint Eastwood, su director, el sistema de valores se concreta en una percepción maniquea del mundo. Según ésta, la condición humana se divide en tres tipos: las ovejas, los lobos y los perros. Los malos, o sea los lobos, devoran a las ovejas que, indefensas, no saben o no pueden hacerles frente. Por eso hacen falta perros pastor para pararles los colmillos y, si es necesario, para arrancárselos. Así, como siempre, en esa equidistancia inconcreta e imposible entre Hobbes y Rousseau, entre Leviatán y El contrato social, Eastwood lleva toda su vida glosando la heroicidad de los perros solitarios. Los mismos que tanto les gustaban a John Ford y John Wayne. Los mismos que llevaron hasta al abismo de la angustia Anthony Mann con James Stewart y Fred Zinnemann con Gary Cooper. Y, por supuesto, aquellos perros de presa y olvido que exacerbó hasta convertirlos en coreografía y gesto, Sergio Leone. Con él nació Clint Eastwood, con él y con el Don Siegel de Harry el Sucio. Ha llovido mucho y Eastwood ha pasado por todas las fases del idilio-odio de la crítica, con la sensación de que él nunca ha cambiado. Él sigue siendo, aunque ha cumplido 84 años, el referente del patriota americano.
En esta película, inspirada en un buen soldado, vuelve a ratificarlo. Eastwood como paradigma del sistema de valores estadounidense, el que mide al mundo en relación con su bolsa y lleva doscientos cincuenta años en una guerra inacabable, mira a los ojos a un conflicto en el que no cree pero del que no puede ni quiere desentenderse porque “alguien debe cuidar a las ovejas del ataque de los lobos”.
De eso, de las guerras y de sus perros, habla este filme inspirado en la biografía de Chris Kyle. Al parecer, a ese francotirador USA que abatió más de 250 iraquíes, (hombres, mujeres y niños), su padre le aleccionó con el relato de las ovejas y los lobos señalándole de ese modo un camino sin retorno; sería un buen perro. Tras fracasar en su intento de ser el rey del rodeo, a los 30 años, Chris Kyle se enroló en el ejército. Era el tiempo de los primeros atentados de Bin Laden, el comienzo del gran conflicto. Entonces Kyle no sabía que llegaría a ser apodado por sus enemigos como el “Satán de Ramadi” y entonces Eastwood, según ha declarado, como muchos compatriotas estaba en contra de comenzar una nueva guerra contra Sadan Hussein. Pero un fantástico (por inexistente) arsenal de armas de destrucción masiva y con él, el miedo, llevó a la jauría militarista a derrocar a Hussein. Kyle durante diez años perteneció a los SEAL. Se convirtió en leyenda, y a lo que se dedica Eastwood es a recrear lo que el propio Kyle desveló de sí mismo en su propio libro.
Maniatado por la ¿verdad? histórica y por la proximidad de la familia y de los testigos directos de los hechos relatados, Eastwood no traspasa jamás el territorio del convencional biopic. Unos minutos para ver la influencia familiar, los recuerdos de juventud. Un poco más para rehacer su trabajo en El sargento de hierro y mostrar el proceso de formación a lo Chaqueta metálica, (!señor, sí señor!). Y ¿el resto? la recreación bélica de la soledad del francotirador. Su progresiva obsesión, sus conflictos familiares, la pérdida de sus compañeros y la existencia de un alter ego iraquí, un francotirador como él con quien sostiene una rivalidad permanente. Puro artificio, ninguna reflexión.
A estas alturas Eastwood dirige con maestría y edita con precisión de orfebre, pero se sabe incapaz de ahondar en las cuestiones políticas y éticas. La guerra se reduce al juego del héroe solitario, a la apología de ese perro pastor que mata lobos, lobas y lobeznos sin ver quién es el enemigo ni pensar por qué hace lo que está haciendo.
En esta película, inspirada en un buen soldado, vuelve a ratificarlo. Eastwood como paradigma del sistema de valores estadounidense, el que mide al mundo en relación con su bolsa y lleva doscientos cincuenta años en una guerra inacabable, mira a los ojos a un conflicto en el que no cree pero del que no puede ni quiere desentenderse porque “alguien debe cuidar a las ovejas del ataque de los lobos”.
De eso, de las guerras y de sus perros, habla este filme inspirado en la biografía de Chris Kyle. Al parecer, a ese francotirador USA que abatió más de 250 iraquíes, (hombres, mujeres y niños), su padre le aleccionó con el relato de las ovejas y los lobos señalándole de ese modo un camino sin retorno; sería un buen perro. Tras fracasar en su intento de ser el rey del rodeo, a los 30 años, Chris Kyle se enroló en el ejército. Era el tiempo de los primeros atentados de Bin Laden, el comienzo del gran conflicto. Entonces Kyle no sabía que llegaría a ser apodado por sus enemigos como el “Satán de Ramadi” y entonces Eastwood, según ha declarado, como muchos compatriotas estaba en contra de comenzar una nueva guerra contra Sadan Hussein. Pero un fantástico (por inexistente) arsenal de armas de destrucción masiva y con él, el miedo, llevó a la jauría militarista a derrocar a Hussein. Kyle durante diez años perteneció a los SEAL. Se convirtió en leyenda, y a lo que se dedica Eastwood es a recrear lo que el propio Kyle desveló de sí mismo en su propio libro.
Maniatado por la ¿verdad? histórica y por la proximidad de la familia y de los testigos directos de los hechos relatados, Eastwood no traspasa jamás el territorio del convencional biopic. Unos minutos para ver la influencia familiar, los recuerdos de juventud. Un poco más para rehacer su trabajo en El sargento de hierro y mostrar el proceso de formación a lo Chaqueta metálica, (!señor, sí señor!). Y ¿el resto? la recreación bélica de la soledad del francotirador. Su progresiva obsesión, sus conflictos familiares, la pérdida de sus compañeros y la existencia de un alter ego iraquí, un francotirador como él con quien sostiene una rivalidad permanente. Puro artificio, ninguna reflexión.
A estas alturas Eastwood dirige con maestría y edita con precisión de orfebre, pero se sabe incapaz de ahondar en las cuestiones políticas y éticas. La guerra se reduce al juego del héroe solitario, a la apología de ese perro pastor que mata lobos, lobas y lobeznos sin ver quién es el enemigo ni pensar por qué hace lo que está haciendo.