Deshagámonos de lo obvio. O sea de Federico Fellini. De La dolce vita, de Roma y de 8 y medio. No porque el cine del maestro de La Strada sea evidente, sino porque parece obligado hablar de Fellini al contemplar La gran belleza. El problema al rememorar su sombra y su peso, es que si solo miramos las huellas perceptibles de ese toque felliniano en este filme, no veremos lo que aquí hay de Sorrentino.
La primera vez que fui consciente del interés de un director llamado Mikael Häfsröm fue en Sitges. Se trataba de 1408 (2007), una película de terror basada en un cuento homónimo del Stephen King. Sus protagonistas eran John Cusack y Samuel L. Jackson y, aunque aquello no era El resplandor, la solvencia del director sueco parecía notable.
Con motivo de su pase en el Zinemaldia, recordábamos que Roger Mitchell era un director que alcanzó una evidente notoriedad gracias al romance imposible entre una diva de Hollywood y un librero de Londres. Aquella película, Notting Hill (1999), surgida a su vez del eco de La boda de mi mejor amigo (1997), mostraba cómo una Julia Roberts, en su papel de estrella, seducía a un Hugh Grant en su condena de apocado con problemas de expresión.