Entre Rompiendo las olas y Nymphomaniac, entre el via crucis sexual que protagonizaba Emily Watson y la pesadilla afectiva que relata Charlotte Gainsbourg, puede establecerse una interesante línea de continuidad. De hecho, todo el cine de Lars von Trier (a)parece interconectado como una tramposa red de araña en/de cuyo centro, con una sonrisa enigmática y perversa, emerge la figura de uno de los cineastas más inteligentes de nuestro tiempo.
Cuando la película llega a su último tercio, a la hora de la verdad, parece obligado repetir, como si un mantra se tratase, lo que su título español indica: Sobran las palabras. Al menos, una parte de ellas porque en este filme se habla mucho y aunque algo se dice, da la impresión de que se gasta demasiada saliva para decir más bien poco.
El Médico no es una mala película, es peor. Es la evidencia de que hacer cine no se limita a sumar ingredientes por muy atractivos que estos puedan resultar de antemano. Construida sobre la base de un best seller de esos que mezclan divulgación histórica con moralejas del presente, su relato se sostiene sobre la coartada del conocimiento y la erudición, pretexto que sirve para alimentar relatos de vocación evasiva sin sembrar la mala conciencia de que con ellos se pierde el tiempo.