La noche del 2 de mayo de 2011 el mundo asistió a la ejecución de Bin Laden ante la mirada absorta del presidente yanqui «más demócrata» del siglo XXI. Ese día se supo que el horroroso tiempo de Guantánamo quedaba obsoleto.
Cuando en la zona nuclear de la cloaca máxima del narcotráfico francés en el que esta película bucea, un juez español esboza la cartografía de esa red de redes, el estupor quiebra el verosímil.
Imposible encarar la percepción de esta “crónica” sin mojarse del todo. No se merece el insulto de dedicarle ejercicios de equilibrio, al estilo de “sí pero no”. “La crónica francesa” de Wes Anderson se presenta como una obra total, una especie de culminación de quien todo lo existente le resulta convencional e incómodo.
Cuanto más impactante es el parecido físico entre Johnny Depp y Eugene Smith, más irritante resulta la vulgar caricatura que el actor de “Piratas del Caribe” hace del fotógrafo antifascista.
Tras evidenciar sus credenciales como cortometrajista, la directora argentina Mariana Barassi debuta con una historia nacida para el teatro. De hecho, en “Crónica de una tormenta” fue su productor, Gerardo Herrero, el primero que, tras ver la obra en Madrid, comprendió que allí respiraba una película interesante.
Justo en el minuto 48, cuando falta una hora exacta para que “El escándalo” culmine su alegato; en un ascensor, por un breve instante, coinciden las tres protagonistas de este filme. Se miran pero no se ven. En ese momento no saben que el destino las va a unir. Se trata de Charlize Theron, Margot Robbie y Nicole Kidman. Las tres encarnan, en su acepción más misteriosa, a tres periodistas reales cuya acción y acusación derribó al ogro de la Fox News, Roger Ailes.
En los minutos del desenlace, cuando el via crucis de Richard Jewell da síntomas de desmoronarse, Clint Eastwood deja que sea el propio Jewell, o sea el actor que lo representa, quien verbalice el sentido de este filme: “si se sospecha del héroe -se nos dice- nadie querrá asumir esa tarea”.
Hace doce años, el Zinemaldi donostiarra presentaba una inesperada e interesante golosina fílmica:The Station Agent (Vías cruzadas). Con ella se presentaba un, entonces, desconocido Tom McCarthy. A juzgar por la originalidad del argumento, una suerte de vidas cruzadas a lo Altman, de ahí el “ingenioso” título español, la cosa prometía. Centrada en una estación de tren, una herencia estrafalaria, un protagonista aquejado de enanismo y un grupo de provincianos capaces de repensar otras formas de vida y otros agarraderos emocionales, ahí latía el inconfundible pulso indie forjado entre Sundance y Toronto.