El Nuevo Cine Alemán (Neuer Deutscher Film), surgido en los años 60, fulgurante en los 70 y posteriormente dispers(ad)o a partir de los 80, fue mayoritariamente cosa de hombres.
Gigante en tiempo de gigantes, Umberto Eco alumbró el saber en la segunda mitad del siglo XX. Semiólogo, filósofo, pensador, escritor, activista…, por encima de todo fue un heterodoxo al que le gustaba transitar por los espacios en penumbra.
Entre desconocedores, perezosos y gentes con prejuicios, “Cumbres borrascosas” suscita desconfianza, suena a rancio. Pero eso es algo contra lo que el cine lucha desde hace, al menos, cien años.
Todo, como es costumbre en las últimas obras de Hong Sang-soo, aparece en gris. Todo se tiñe en matices y sutilezas que se agitan entre el blanco y el negro y que rara vez se muestran blancas o negras. Todo es gris salvo ese estallido de color al final del relato que rueda la novelista a la que referencia su título.
La biografía de Terence Davies aparece escrita sobre renglones (re)torcidos. Su vida ha ido avanzando sobre las oxidadas vías de un ferrocarril que parecía estar destinado a quedar varado en una estación sin pueblo. Ya había cumplido los 25 años cuando el joven Davies se ahogaba en la oscura y estrecha jaula de un discreto contable de segunda condenado a pudrirse en una oficina de transportes de su Liverpool natal.
La cultura anglosajona posee una cualidad impagable. Sus súbditos nunca pierden aunque, en realidad, casi nunca ganan. Por ejemplo, llevamos más de cuatro siglos bajo el estigma del gran fracaso de la Armada Invencible cuando el resultado de aquella guerra fue la victoria de la corona española.
La mejor idea que encierra este filme basado a su vez en la novela de David Foenkinos, reside en la hipótesis sobre la existencia de una biblioteca en la que se hacinan anónimos y no olvidados, porque nadie los conoció, un puñado de novelas rechazadas y, en consecuencia, nunca publicadas.