Título Original: HYAKKA Dirección: Genki Kawamura Guión: Hirase Kentaro y Genki Kawamura Intérpretes: Masami Nagasawa, Mieko Harada, Masaki Suda y Masatoshi Nagase País: Japón. 2022 Duración: 104 minutos
La vida se acaba
Ninguneada por buena parte de la crítica y premio a la mejor dirección en el SSIFF de 2022, “A Hundred Flowers” se legitima con los mejores predicamentos del universo anime. Posee ese toque “hiperemocional” del género, algo menos que un lenguaje, mucho más que un medio pero, al escenificarlo con actores, se adivina que Genki Kawamura no tendrá fácil llegar a su público, ese que mejor sabría apreciar su primera película como director. O sea, podría pasar inadvertida para los permeables al cine de animación y tiene difícil conmover a quienes sienten poca afinidad por este universo tan específico, a medio camino entre Frank Capra y Ray Bradbury.
Intrínsecamente japonés, ensayista y fabulador, la primera novela de Kawamura, una especie de carta testamentaria de un enfermo desahuciado, “Si los gatos desaparecieran del mundo», fue llevada al cine por Akira Nagai con un guión escrito por él mismo. En aquel relato ligero, salpimentado con humor y emoción, proyectó Kawamura la esencia de su relación con los demás, sus opiniones sobre el amor, las vinculaciones con la contemporaneidad y su DNI como autor.
Que Kawamura sea un director debutante no significa que estemos ante un recién llegado. Kawamura debe verse como un peso pesado del cine japonés del siglo XXI. Pese a su juventud, (Yokohama, 1979), su trayectoria abruma. Productor, periodista, escritor y ahora realizador, da igual en qué registro se mueva; todo lo hace con rigor, singularidad y alta dosis de eficacia. Su oficio facilitó el camino de cineastas como Mamoru Hosoda: “El niño y la bestia” (2015), “Mirai. Mi hermana pequeña” (2018) y “Belle” (2021); y Makoto Shinkai: “Your Name” (2016). Ahora, su propia experiencia vital, marca y da sentido al camino de un filme en el que lo que la retina ve, choca con la disolución de la identidad.
Pero lo importante de lo que aquí se trata, en un delicado arabesco de tiempos que se fragmentan, gira en torno a la memoria. La enfermedad de “alzheimer”, caballo del apocalipsis del tiempo presente, hace estragos en las sociedades del bienestar. Especialmente en aquellas, como la japonesa y la española, en las que la edad media de vida ha extendido su horizonte; ahora se vive más pero se paga un alto peaje con la descomposición del sistema cognitivo.
Contaba Kawamura que tanto él como su principal actriz, Mieko Harada, compartieron en común sus experiencias cercanas al alzheimer, un naufragio observado con actitud zen y gesto más budista que católico. Sus vivencias afinaron el texto de “A Hundred Flowers” que, como el “Rosebud” de “Ciudadano Kane”, avanza en torno a un misterio, un periplo para descubrir ese relámpago íntimo que se clava en los huesos de nuestra infancia y que nos acompaña incluso aunque los demás lo hayan olvidado.
Kawamura llamó para su viaje a Mieko Harada, una intérprete de largo recuerdo que, como el ficticio personaje “anime” de “Millennium Actress” de Satoshi Kon, ha trabajado junto a los grandes del cine japonés de los últimos 50 años.
Esta excelente y sutil actriz, de rostro dulce e impenetrable, solvente aliada de Akira Kurosawa, Yasuzo Masumura, Kinji Fukasaku,… representa buena parte de la historia del cine japonés. Ella asume el papel de una madre cuyos recuerdos se disuelven ante la mirada distanciada y herida de su hijo, quien no le perdona lo que considera un abandono del pasado.
Como el estremecimiento de Motoko Kusanagi (Ghost in the Shell), perpleja ante la identidad y la memoria, “A Hundred Flowers” cuestiona la esencia del ser. Más allá del drama que alimenta el argumento de su relato, esa vida que se acaba, esa percepción que se debate entre lo que importa y lo que se recuerda, enfrentada a la inalienable y subjetiva visión que cada persona percibe, levanta un delicado aliento. Un último suspiro que habla del crepúsculo de la existencia y de evitar los prejuicios, desterrar el rencor y anular el egoísmo. O sea, puro cine de “dibujos” forjado con actores de carne y hueso.