La esencia de Zhang Yimou la encarnan con frecuencia los personajes que Gong Li ha interpretado. Desde su más temprana película, Sorgo Rojo, y a lo largo de 30 años de una solvente trayectoria, abundan películas melodramáticas en donde el principal personaje, casi siempre femenino, se distingue por una obstinada perseverancia anclada en un abnegado sentido de la ética.

Desde el primer minuto, un ¿inocuo? accidente de tráfico, este Train to Busan se comporta como un puro tren bala lanzado con el acelerador pisado a fondo en una huida de sobresaltos y vértigo. En su interior, no es nueva la metáfora de convertir un tren en una suerte de metonimia del mundo, ciudadanos corrientes se enfrentan a muertos rabiosos. Vagón tras vagón, zombies ávidos de sangre cuyos mordiscos infectan a los ciudadanos sanos, ejercen una progresión geométrica que lleva implícita la destrucción del ser humano.

Escrita y dirigida por Maysaloun Hamoud, Bar Bahar encontró en el Zinemaldia un fértil campo de cultivo. Bien intencionada, contemporánea sin ensayos ni hermetismos, reivindica a la mujer en un territorio lastrado por un patriarcado cercenador. Bar Bahar se ve fácil y provoca simpatías. En Donostia entusiasmó a un público bien masajeado por cuestiones sociales en un año, 2016, donde todo ha girado sobre el diálogo y la convivencia.

El año que viene se cumplirán 30 años del estreno de Sorgo rojo. Hasta entonces, 1987, apenas se había tenido noticias del cine chino. Con Sorgo rojo el mundo descubrió a un cineasta sensible y singular llamado Zhang Yimou y a una actriz excepcional, Gong Li. Con Regreso a casa, filme preñado de coincidencias y doble sentido, asistimos a un exaltado reencuentro en el presente que se toma cumplida cuenta de los sufrimientos del pasado. Yimou y Li se alían en un relato melodramático y vibrante; un fresco histórico sobre la China del tercer tercio del siglo XX, la que arranca con la revolución cultural de Mao y periclita en el amanecer del neocapitalismo pseudocomunista.

El próximo martes, 24 de mayo de 2016, Jia Zhang-ke cumplirá 46 años. Es, sin duda, la cabeza visible del cine de la llamada sexta generación, la que sucedió al boom del cine chino vivido en los años 80 y que consagró a Zhang Yimou como su máximo referente internacional. Recordemos: Jia Zhang-ke estrenó su primer largo en 1998 y, desde entonces, sus reiteradas disecciones críticas sobre la vertiginosa transformación de China no han cesado de sorprender, a veces, incluso de estremecer.

Cada día se suceden las malas noticias sobre la precariedad de los derechos humanos en un Irán de cabezas nucleares y pies de barro. Se nos da cuenta de cineastas represaliados, de películas prohibidas y condenas desproporcionadas por ejercer la crítica y la libertad de expresión. Por eso sorprende gratamente enfrentarse a Nahid, la película de Ida Panahandeh, una directora iraní en un país en el que todos, pero en especial las mujeres, saben del horror de la desigualdad y la intolerancia.

Hsiao Hsien practica un cine personal, inconfundible, revelador. Da igual el tema, el tiempo, el género e incluso la historia que encierren sus películas. Al final siempre se halla en ellas una sacudida que estremece. En The assassin, bajo su ropaje de wuxia, con el pretexto de una trama hermética de confabulaciones de alcoba y sangre, el director taiwanés descubre una de sus más inspiradas páginas. Más allá del laberíntico devenir de ecos siniestros, venganzas familiares y proclamas lapidarias, el paisaje deviene en texto.

Naomi Kawase llegó al cine desenterrando sus raices familiares. En sus primeros documentos fílmicos, Naomi se preguntaba por el fantasma de un padre yakuza en paradero desconocido y pasado bajo sospecha. Su cine hacía astillas de su autobiografía y barnizaba de realidad una mezcla indefinida. Fotógrafa de formación, el cine de Kawase, siempre anclado en una mirada a un presente hecho de gente corriente, mezcla géneros y recursos.

Alguno distribuidores españoles deberían ser multados. No les basta con echar por tierra el trabajo de quienes miman sus lanzamientos sino que, en un sector en crisis, acabarán por imponer sus métodos. Si hace escasas semanas se estrenaba con lamentable (y baratito) doblaje un filme tan necesario de respeto como Calabria, ahora se estrena La fiesta de despedida con el reclamo de que el espectador disfrutará de una comedia, bajo el espejismo de que aquí hay humor.

Con el comienzo del siglo XXI, cambió la suerte de Yôji Yamada. Durante muchos años, el veterano realizador japonés se dedicó a cultivar una suerte de serial cinematográfico en torno a un personaje peripatético: Tora-san. A lo largo de treinta años Yamada aplicó su oficio y talento al servicio de un personaje de enorme predicamento en Japón, pero de escaso interés fuera de su país de origen. La muerte del actor que durante décadas encarnaba al protagonista de ese folletín por entregas y la desaparición de los grandes referentes del cine japonés del tiempo clásico, colocó a Yamada en una posición envidiable de reinvención.