A Víctor Iriarte, su cine lo legitima como un autor transparente e incluso candoroso. Pese a la cita de Bolaño a la que se encomienda, «Sobre todo la noche» escoge la luz frente a las sombras, la reconciliación frente a la venganza, la vida frente a la muerte.
En sus años de plenitud, poco antes de desaparecer por el ruido de las palabras, el cine silente tendía hacia su sublimación tratando de que los intertítulos no fueran necesarios. La imagen debía ser hegemónica y la palabra escrita (sustituto del verbo que no tenía) inexistente.
Según el saber (y el reír) popular, cuando a uno le asaltan delirios de grandeza se cree «Napoleón». En los viejos chistes no había psiquiátrico que no tuviera al menos uno. ¿Pero por qué atrae tanto? Kubrick soñó con filmar su visión del pequeño Bonaparte, tuvo suerte y no lo consiguió.
Con la misma técnica y parecida estrategia con la que DK y Hugh Welchman rodaron «Loving Vincent», se ha forjado esta pieza bizarra de enorme belleza y dramático trasfondo basada en la novela homónima del premio Nobel W.S. Reymont.
Primero fue un libro ensayo que Juan Mayorga, un dramaturgo especialista en el pensamiento de Walter Benjamin escribió a partir de «El libro de la vida» de Teresa de Jesús. Lo tituló, con propiedad, «La Lengua en pedazos».
Andrea vive con sus hermanos pequeños a los que cuida como una madre. Tiene 15 años y a los cambios biológicos y psicológicos propios de la pubertad, se une el dolor ante el vacío de la ausencia del padre.
Con «La imatge permanent» Laura Ferrés hizo historia en la nueva Seminci rehabilitada con el espíritu de los festivales de Gijón y Sevilla. Es decir, en la Seminci que por vez primera dirigía José Luis Cienfuegos.
Todavía sin saber qué nos aguarda, Antonio Méndez Esparza envenena la banda sonora de su filme con una música estridente, enervante. Apenas se escucha el diálogo de dos mujeres martirizado por una música extradiegética cuya perturbadora presencia nos da la clave.
Un mes y un día antes de que Franco diera rienda suelta a su naturaleza de depredador sanguinario con el «alzamiento nacional», nació Ken Loach. Aunque en su filmografía la guerra civil española ya había estado presente, fue cincuenta y nueve años después cuando Loach filmó «Tierra y libertad», su visión de una contienda, más bien una masacre, que él reconstruyó de manera espartana.
La cuestión es que «Un amor» parece un tobogán emocional donde la masculinidad se dibuja en su diversidad, sin que sepa responder a las demandas de su principal personaje.