No hay concesión hacia el público que guste del orden, buen gusto y películas que abrazan el principio aristotélico de presentación, nudo y desenlace. Aunque no lo parezca, esto último, un relato, sí acontece en “Mandy”, pero en clave de delirio. El filme de Panos Cosmatos, hijo de George P. Cosmatos, amanece a ritmo de King Crimson para cantar a un crepúsculo.
in Marcello Fonte, no cabe imaginarse “Dogman”. Este actor y director calabrés, que acaba de cumplir 39 años, lleva en la piel las señas de identidad de la tierra que le vio nacer. El polvo de la Roma milenaria dibuja sus incipientes arrugas y surcos. Y de la miseria de la Italia del arrabal, Fonte recolecta gestos, pausas y silencios con los que ennoblece a su personaje. Ha trabajado con grandes como Scorsese, Scola, Soavi y Luchetti.
El instante decisivo, ese en el que se produce la quiebra, donde algo se rompe, en el caso de Julio Medem surgió en “La pelota vasca”, una incursión documental de un cineasta que había sido capaz de ficcionar con el delirio y la extravagancia. Nadie como el Medem de “Vacas”, “La ardilla roja” y “Tierra”, para escaparse de ese costumbrismo de caspa y boina que tantas emociones levantaba en la España de los años 80.
En Disney no se andan con chiquitas. Tampoco corren riesgos. Veamos. La materia argumental de este filme bebe del relato de E.T.A. Hoffman, “El cascanueces y el rey de los ratones”. Es sabido que la corrosiva y grotesca fábula escrita en 1816, se abismaba en lo siniestro.
Durante largos y sangrientos meses, Carlos Robledo Puch, un joven argentino de 20 años de edad, de rostro infantil y de comportamiento criminal, protagonizó una serie de asesinatos y robos. Los hizo como en un perverso juego, con frivolidad, sin pasión, sin el más mínimo sentimiento de culpa.
Esta película gira en torno a Francisco Boix, un pícaro en el campo de Mauthausen. Soldado republicano, superviviente de la retirada, cambió la lucha contra Franco tras la derrota para volver a ser derrotado por Hitler.
En un momento del filme, en una secuencia meramente episódica, Spike Lee parece hacer un guiño al Jim Jarmusch de los años 80. Se trata de una broma fonética a la que tan aficionado ha sido siempre el autor de “Mistery Train”.
De haber filmado, jornada a jornada, lo que ha significado levantar “Un día más con vida”, esos miles de fotogramas, recogidos y recreados a lo largo de años, alimentarían un manual aleccionador, una (co)lección ejemplar. ¿Sobre qué? Sobre la odisea de hacer un filme cuando éste obedece no a razones de mercado ni a la planificación de la industria, sino a un impulso que cree haber dado con un referente al que merece la pena dedicarle una buena parte de la vida.
Jaime Rosales se mueve en la industria del cine español como un explorador proveniente de otro planeta. Desde su primer filme, “Las horas del día” (2003), hasta “Petra” (2018), han pasado tres lustros. Curiosamente, en “Petra”, filme áspero y cruel, relato de resentimientos y brutalidad con sordina; en un deseo de metalenguaje y de auto-cita, Rosales, por vez primera, se permite una pequeña frivolidad.
El tercer largometraje suele resultar decisivo para vislumbrar la personalidad de un cineasta. En el primero se cuenta casi todo lo que a uno le conforma. En muchos casos, se acude a las memorias de la adolescencia, a los ríos interiores que conformaron la autobiografía. En el segundo, se escarba en lo otro, en lo que quedó fuera.