Cuando la última llamarada de “Burning” se pierde en la distancia, segundos antes de que comiencen los créditos de clausura, empieza en el interior de cada espectador/a una sensación de desconcierto. ¿Qué es lo que se ha visto? Sin duda mucho más de lo que parece. Y, desde luego, lo que parece es mucho.

Desde el título queda claro, “Smallfoot” se alza como lo antagónico a “Bigfoot”. Como es sabido los “bigfoot” forman parte del folklore y de la leyenda, son criaturas cuya evidencia no ha sido científicamente probada, pero cuya probabilidad de existir es muy escasa, aunque quizá no sea imposible.

Saludada como una película que vuela directa hacia el Oscar, construida sobre un argumento que siempre funciona -tanto en las versiones oficiales como en las que en algún modo la han imitado-, “Ha nacido una estrella”, versión Bradley Cooper, genera un interesante material para el debate y la paradoja.

De entrada, para evitar confusiones, hay que reconocer que “Cold War” ha sido provista con los mejores valores de ese cine de belleza incontestable y contenido despiadado. Lo tiene (casi) todo. Precedida por la seducción que provocó su obra anterior, ganadora del Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, “Ida”; Paweł Aleksander Pawlikowski no ha corrido riesgos.

El ciervo que da sentido al título del primer largometraje de ficción de Koldo Almandoz carece de vida. Su cabeza disecada preside un pasado oscuro y su presencia vigilante evidencia una herida infectada. Como propuesta fílmica, algo en Oraina se contradice permanentemente. ¿Por qué se ancla tanto en el pasado, cuando aspira a vivir en el aquí y en el ahora?

En país que siempre busca tapar las miserias y echar la culpa al otro, era necesario, a la hora de acometer un filme como “El reino”, evitar tropiezos con la realidad. No se ha hecho mucho cine de ese que califican de político, pero los pocos que se han atrevido: “Lobo”, “El hombre de las mil caras”, “B de Bárcenas”,… cito tres de muy diferente calidad e interés, se tuvieron que rozar hasta mancharse con la servidumbre de “lo real”.