Si Ricardo Darín no fuera el coprotagonista de este melodrama sentimental de cónyuges desorientados y situaciones convencionales, probablemente ni siquiera se hubiera estrenado “El amor menos pensado”.
Detrás de “Durante de la tormenta” hay un trabajo de orfebre, un esfuerzo extremo por dignificar un producto audiovisual español que, sin complejos aparentes, se adentra en un territorio hasta ahora casi exclusivo del cine de Hollywood.
En la misma semana que se produce el estreno estatal de “Entre dos aguas”, Isaki Lacuesta protagoniza en el Centro George Pompidou de París una retrospectiva de su trabajo. Se recuerda que el templo del arte contemporáneo francés rara vez se ha abierto al reconocimiento de un artista nacido en este lado de los Pirineos. Y al mismo tiempo que Lacuesta protagonizaba la parrilla cinematográfica parisina, TVE estrenó su anterior película; un disparate humorístico que ni hizo reir al público ni supo contentar a sus productores, porque fue un fiasco total.
Por más que su trama central aparezca enfocada en el dilema ético del rechazo de prácticas médicas por creencias religiosas, en “El veredicto” hay otras corrientes subterráneas. Es cierto que el título español hace referencia directa a la causa judicial por la que la ley debe decidir entre la fe y la ciencia. En síntesis, el título alude a la decisión de una juez ante la denuncia de un hospital por la negativa de unos padres, testigos de Jehová, a que su hijo reciba transfusiones de sangre para hacer frente a una intervención quirúrgica.
Para filmar “SuperLópez”, un producto considerado seguro por el gran predicamento que le acompaña, no se han escatimado esfuerzos. Lo que no quiere decir que no haya habido problemas. De hecho, el proyecto dio tumbos y pasó de mano en mano hasta llegar donde se encuentra ahora. Bajo el control de un director que sabía qué significa llevar del papel del TíoVivo al cine comercial a uno de sus personajes.
En los penúltimos compases de “Tres caras”, en una conversación entre la actriz protagonista y uno de esos personajes que parecen fundirse con el polvo del paisaje, a la petición de que el director de la película, que se representa a sí mismo en este filme, se ponga en contacto con un viejo actor, la actriz le señala la dificultad del encargo.
En los años 20, en el París del delirio, la libertad y la bohemia, Colette se convirtió en la novelista más leída. Autora de piezas todavía recordadas como “Gigi” y “Claudine”, esta creadora de best-sellers con especial éxito entre lectoras porque en sus obras, al reflejarse ella, se veían muchas, no lo tuvo fácil ni siempre pudo mostrarse a cara descubierta.
Gastón Duprant y Mariano Cohn conocen bien el mundo de la creación artística. Forman parte del paisaje del arte contemporáneo en Argentina. De hecho, empezaron como video-artistas para luego impulsar prósperos proyectos televisivos. Con ellos participa un tercer hombre autor de los guiones de muchos de sus proyectos, Andrés Duprant. Como se deduce del apellido, Andrés es hermano de Gastón.
Dura 141 minutos pero no pesan. Su reloj camina deprisa, con sorpresas imprevistas, sin dejar aliento. De hecho, cuando llega el desenlace surge un lamento; se quisiera saber algo más de todo ese estruendo de fondo que, a lo largo de esas dos horas, Goddard organiza en un espacio y tiempo fronterizos.
Tras el título de “I hate New York” se vislumbra mucho trabajo, una militancia latente y la negación de su título. Los protagonistas que deambulan por sus recovecos aman Nueva York. Ellos son parte de Nueva York. Al menos representan ese mundo fiestero y canalla habitado por personajes extravagantes que se debaten entre la interrogación por su identidad y una irreprimible querencia por el mundo del glamour y el espectáculo.