En Las vidas de Grace habitan muchas películas. Todas giran en torno a un territorio común hecho de náufragos adolescentes arrojados en una cuneta de desafectos y desarraigos. Ese contexto común, un hogar de acogida, es el espacio en el que Destin Daniel Cretton, responsable del guión y la dirección, mete la cámara con un afán aleccionador.

En El caballo de Turín, Béla Tarr se sirvió de un episodio acontecido el 3 de enero de 1889, fecha en la que Nietzsche sufrió un colapso mental. La historia no fue verificada pero la leyenda cuenta que el autor de Más allá del bien y del mal, al pasear ese día, a la edad de 44 años, vio a un cochero maltratar cruelmente a su caballo. El filósofo se interpuso entre el animal y el hombre, empezó a llorar y su portentosa inteligencia se apagó para siempre.

Durante unos minutos, Carnevale parece que se va a tomar en serio el dilema que plantea su largometraje. Vaya por delante que la película arrasó en Argentina. Pero pronto de despeja la duda. Su reflexión sobre la diferencia, esa radiografía sobre los prejuicios contra quienes no dan la talla, utiliza el mismo maquillaje que llevó a Intocable a ser un superventas.

Primero impregna la piel, luego se apodera del alma. ¿Después?, después lo inunda todo de un sentimiento de impotencia, lo arrasa todo con un duelo de melancólica fatalidad. Así funciona Omar, un filme ante el que resulta imposible permanecer impasible. Especialmente porque en estos momentos, el rosario de asesinatos de inocentes, la mayoría civiles y muchos niños, llena los titulares de las primeras páginas de los informativos que hablan del llamado conflicto palestino-israelí

Este abuelo, que protagoniza el título y el contenido de este filme, pretende ser divertido, pero a menudo resulta patético. Quiere arrancar carcajadas y provoca bostezos. Se reviste de comedia disparatada y al final se sabe que hay mucho de nonsense y nada de entretenido. Levantada sobre las huellas de un best-seller que arrasó en las heladas tierras vikingas, su traslación al cine no resulta brillante ni eficaz.

El último plano contiene dos imágenes. Con sutil maestría y solemnidad, James Gray se inventa un díptico que entrelaza el enigma del espejo con la naturaleza de la ventana. Es su manera de sublimar y culminar este filme operístico, pura tragedia fatal, sobre el sueño americano.

Comparada con Un franco catorce pesetas, ciertamente la similitud temática entre ambas películas resulta indiscutible. En el filme de Carlos Iglesias, se mostraban las vicisitudes de una generación de españoles que tuvo que emigrar a Suiza en los años sesenta; en el filme de Ruben Alves se ahonda en la encrucijada de una familia portuguesa que, tras treinta años de trabajo en París, se cuestiona regresar a su país de origen.

La mayor virtud de Violette, en cuanto película, consiste en estimular el apetito por las obras literarias de los personajes/protagonistas que deambulan por sus intersticios. A esta Violette de amarga frustración y de insoportable talante que, en vida, estuvo rodeada de titanes como Simone de Beauvoir, Jean Genet y Marcel Camus, le redime un misterio que su realizador no logra desentrañar.

La presencia andrógina de Tilda Swinton y el hieratismo interpretativo de Tom Hiddleston conducen con fascinante solemnidad esta visión distópica del jardín de las delicias. En él, llamar a sus personajes Adán y Eva no es tanto una concesión a lo obvio como un subrayado a la condición humana y a su anhelo de permanencia eterna.