Sandro Veronesi, reconocido novelista italiano, posee una legión de lectores que le respetan y le consideran uno de los mejores autores de su generación. Con “El colibrí” -editada en castellano por Anagrama-, volvió a ganar el premio Strega en 2019, máximo galardón literario de Italia que ya había ganado tres lustros antes con “Caos calmo”.
“Sica” es el diminutivo de “Nausica”. Un nombre de origen griego con el que Homero designa a la hija de Alcínoo, el rey de los feacios, la joven que encontró a Odiseo en la playa, tras su naufragio.
“Una buena persona” se mueve entre dos problemáticas unidas a un personaje, Allison. El personaje lo interpreta una actriz carismática, Florence Pugh, que en este caso (a)parece desorientada. En buena medida porque la dirección de Zach Braff, realizador y guionista, no logra zafarse de lo convencional.
Se bucee en las raíces latinas o en las griegas, el significado de “amistad” posee algo que abruma. En latín, sus raíces nos llevan a “amar”, la esencia de la humanidad. En la lengua de Homero, su sentido resulta más enigmático todavía. La palabra “amigo” podría traducirse como “sin mi yo”.
Aunque solo sea por los buenos tiempos que Neil Jordan nos ha regalado, podemos incluir en ellos desde “Mona Lisa” a “Entrevista con el vampiro”, de “Michael Collins” a “Juego de lágrimas”, sería una imperdonable descortesía no prestar atención a sus nuevos trabajos. Cierto es que Jordan, que acaba de cumplir los 73, hizo lo mejor de su cine en el siglo XX, cuando su Irlanda natal se desangraba en una lucha fratricida.
Joanna Hogg, directora y guionista de “La hija eterna” no es ninguna recién llegada al mundo del cine, por más que el mundo parezca que acaba de llegar a su cine. Nacida en Londres en 1960, antes de que los Beatles lo cambiaran todo, no hay nota informativa sobre ella que no recuerde que Derek Jarman fue su mentor.
Chile, como Portugal, se ubica en un territorio rectangular más largo que ancho visto según las cartografías canónicas. De cualquier modo, recorrerlos de norte a sur cuesta mucho más que atravesarlos del este al oeste. Oscurecidos por la ruidosa sombra de sus vecinos colindantes, se diría que sufren la condena de estar subordinados a Argentina y España respectivamente.
“La quietud en la tormenta” posee la atractiva convicción de esos instantes, de esos relatos, que se sienten únicos. Ha sido impresa en un blanco y negro de suaves contrastes pero sin evitar algunos contraluces que, a veces, oscurecen el todo. Baila sobre una línea temporal resquebrajada; antes la hubiéramos tildado de cubista, hoy se hablará quizá del metaverso.
A Ricardo III, el último rey de la casa York, William Shakespeare le regaló un pasaporte para la eternidad ciento diez años después de su muerte en la batalla de Bosworth. Creo un visado intoxicado porque su retrato del rey inmortal(izado) -ya saben quiso cambiar su trono por un caballo-, estaba condicionado por la aprobación de los vencedores, los Tudor.
Luego aclararemos si “Beau” tiene miedo y a qué, pero de entrada se constata que de lo que podría carecer su director, Ari Aster (Nueva York, 1986), es de sentido de la medida. Se ha tildado su última obra con argumento tan irrefutables como autocomplacidos, de descomunal, hiperbólica, exagerada, desproporcionada, pomposa y retumbante.