No hay nada gratuito en que María Elorza (Vitoria-Gasteiz, 1988) utilice a Virgilio consciente de lo que eso implica. Con menos venialidad de la que aparenta, Elorza da una vuelta de tuerca y, con ella, una apenas perceptible pero inevitable ruptura conceptual sobre lo que (nos) acontece en este arranque del siglo XXI.
Aunque sea Alyona Mikhailova la mejor aportación de este semblante biográfico sobre el compositor de “El lago de los cisnes”, hay muchas caras en este poliédrico film que miran al alma rusa del final del XIX pero que parece dolerse con las miserias de Putin y sus desvaríos.
Aunque para la generación de Sam Raimi, 1981 parezca ayer, 42 años separan esta “Posesión infernal” de la que le vio nacer. Aunque la trama argumental, las estructuras del relato, los fundamentos y hasta las intenciones puedan parecer idénticas, nada es lo mismo por más que ahí sigan Bruce Campbell, solo su voz, y, entre las sombras de la producción, el propio Sam Raimi.
Sobre una barca, sondeando el río, en busca de la imagen robada de San Juan Bautista que talló su aitite para presidir el altar mayor de la iglesia de su pueblo, Aitor, un niño de ocho años que se siente niña, recibe una lección sobre lo comprobable y lo intuido. Le dicen que lo que los ojos ven pertenece a lo obvio. En consecuencia, lo que los sentimientos reclaman, habita en otro nivel de percepción.
A fuego lento, en un laberinto que se retuerce sobre sí mismo, Tarik Saleh desarrolla un filme de tramas y mentiras, de delaciones y muerte en el corazón del Egipto de hoy. La acción de su argumento, que podía haber inspirado un buen relato a John le Carré, transcurre en la universidad-seminario de Al-Azhar en El Cairo, el epicentro del poder del islam suní.
Más allá de su espectacular belleza, de su virtuosismo animado y de su extraordinaria calidad, con “Suzume”, Makoto Shinkai expone e impone ese impulso extraordinario que la mayor parte del arte del siglo XXI ha perdido. Hablamos del don de la pasión, de ese poder y deber de saber conmocionar.
Pietro Marcello (Caserta, 1976) dirige contra casi todo. Contra lo convencional, contra lo comercial, contra lo previsible. Incluso contra el sol. Por eso, a menudo, sus planos, los que dan sentido a “Scarlet”, se llenan de rostros envueltos en sombras de extremo contraste.
Este “Novembre” y “Un año, una noche” de Isaki Lacuesta, estrenadas el mismo año, 2022, funcionan como una bisagra demoledora sobre nuestra imposibilidad para abismarnos en el horror.
Todo en “El inocente” se sabe atravesado por el fingimiento y la afectación. El (in)verosímil determina el fundamento de lo que, más allá de la anécdota argumental que lo sustenta, constituye su identidad. Desde su primera secuencia, cuando vemos a Roschdy Zem, actor y director francés de origen marroquí, se huele que un velo de afectación enturbia nuestra percepción.
Más allá de la monumental presencia de Stanley Kubrick, estadounidense autodesterrado en Gran Bretaña donde desarrolló la mayor parte de su carrera tardía; en los años 80, los de Margaret Thatcher, pasaron muchas cosas en la patria de Dickens y Chesterton. Pocas fueron buenas.