El plano final de “Girasoles silvestres” posee una ambigüedad inquietante. Donde unos ven esperanza, otros percibirán frustración, amargura. Pero esa lectura sobre ese sentido postrero que se vislumbra en su desenlace, no depende de la incertidumbre que acecha a su protagonista.
Uno de Bermeo, harto de estar harto, compuesto y sin novia, en plena época de lluvias y bajo un cielo gris, decide hacer caso a las difusas promesas de un tío perdido en América. Abandona Euskadi y en su largo viaje se topa con una evidencia: en Argentina hay más descendientes vascos que en Euskalherria.
En la plenitud del último tercio, el de resolver -en términos taurinos, en la suerte de la muerte-, Botto da rienda suelta a un enfrentamiento verbal entre su personaje y el de Penélope Cruz. Un poco en la línea de Cassavettes, Cruz y Botto se enfrentan con furia y ruido; muestran sus colmillos y dejan al descubierto la razón de sus heridas.