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Título Original: TITANE Dirección y guion: Julia Ducournau Intérpretes: Vincent Lindon, Dominique Frot, Agathe Rousselle, Nathalie Boyer, Myriem Akeddiou y Théo Hellermann País: Francia. 2021 Duración: 107 minutos
Tetsuo siglo XXI
Considerada la mejor película del último festival de Cannes, el primero tras la Covid 19 que obligó a suspender el festival de 2020, “Titane” emerge como una propuesta de alta cualificación y bajos instintos. En ella aparecen indelebles, insolentes y controvertidos algunos de los temas de la contemporaneidad en torno a la cuestión del género; del sexo, la carne y el sentido. Resulta innegable que el imaginario de Julia Ducournau se inscribe y se reconoce de manera obvia en algunas de las manifestaciones del cine francés de los últimos años. Por ejemplo de Bonnello a Claire Denis sabe algo y bebe mucho su libro de estilo. También, y con “Titane” se hace más evidente, Ducournau teje su textura con ecos del Cronemberg de “Crash”, el de la nueva carne, y con los perturbadores nudos del Lynch de sus más oscuras ensoñaciones.
“Titane” comienza su carrera con un accidente de tráfico. Algo común al cine de la sociedad del bienestar. Ante la ausencia de la tragedia del conflicto, la violencia acontece en lo inesperado, en un cruce de caminos, en la salida de una carretera, sea ésta perdida o no. El preámbulo dibuja un escenario tenso entre un padre y su hijo. Como consecuencia del descarrilamiento, su, en ese momento, niño protagonista salva la vida con un implante de metal de transición. Convertido en cyborg, la nueva persona arrancada por el titanio de los brazos de Caronte renace con la furia de los hijos de U
rano y Gea para reafirmarse en un género mutante bruñido con una identidad de niebla, rabia y asco.
En realidad, bajo los ropajes de una propuesta transgresora, Ducournau retorna al airado cine ochentero. Allí, de entre todos los nuevos monstruos, se impone como referente la figura de “Tetsuo”, el personaje de Tsukamoto, el nuevo Prometeo japonés y punk ciego de sed de metal y hierro. Animado por ese relámpago, “Titane” vomita un filme de escalofrío y espanto. Con frecuencia sus imágenes albergan con cierta gratuidad golpes de horror y violencia. Imágenes de espanto para levantar un relato romántico de un reencuentro imposible entre un padre que perdió su condición y una hija que asume ser el hijo perdido. Arriesgado ejercicio en el que muchas personas no podrán entrar arrojadas por la virulencia de su explicitud, por la aparente vaciedad de los personajes e incluso por ese surrealismo maquinal que late en sus entresijos de futurismo de cementerio. “Titane” se columpia con escenas que apabullan, con rituales de sensualidad y pellizcos de dolor acunados por un aceleramiento constante en una frenética carrera hacia ningún lado.
Hace cuatro años, Julia Ducournau dio un toque de atención con “Crudo”, un filme caníbal de exquisita puesta en escena, intrigante argumento y displicente y superficial dramaturgia. “Titane” se reitera en ese planteamiento efectista dejando siempre la duda sobre el verdadero alcance de esta realizadora de 37 años consagrada como una de las grandes cineastas del tiempo presente.
Ciertamente “Titane”, ganadora del premio del público en la muestra de Toronto, no despeja las dudas que corroían la validez de “Crudo” pero ratifica el valor de una Ducournau que, con todo lo que ha aglutinado en ese periplo en busca de un Edipo muerto y resucitado, ha edificado un filme tan cortante como desabrido. Un poema insano que no se agota en unas pocas líneas ni se puede resumir en un par de minutos. Despachar con brevedad una pesadilla de este calado lleva a incurrir en una simplificación grosera. Tampoco sostiene la domesticada admiración que otros le otorgan por la procacidad de unas imágenes sospechosas de reciclaje, autocomplacencia y provocación. Eso es lo que ni siquiera su oscuro y melancólico humor negro logra esclarecer del todo.