Título Original: PALABRAS PARA UN FIN DEL MUNDO Dirección y guión: Manuel Menchón Guión: Anna Brüggemann y Caroline Link (Novela: Judith Kerr) Intérpretes: Documental País:  España. 2020  Duración:  93  minutos

Misterio y muerte

Definitivamente lejos de la imagen épico-hollywoodense del Unamuno de Amenábar, este documental abraza el desesperado rigor de quienes bucean en la historia con la misión imposible de reconstruir la realidad. Hay siempre algo descomunal en la tarea de ensamblar los mil y un fragmentos de lo que pasó y las innumerables percepciones de quienes lo vieron y lo contaron. Lo que Manuel Menchón cultiva con harto conocimiento de causa en “Palabras para un fin del mundo”, cosecha el agridulce fruto de la angustia. 
Angustia ante la re-significación de un tiempo monstruoso que el documentalista reconstruye en blanco y negro, con la voluntad de reafirmar ese ejercicio de arqueología emocional que junta ruinas y reliquias; basuras y tesoros. Unos y otros, todos yacen embalsamados en el mismo sarcófago sellado por el tiempo y el olvido. Pero, porque unos no son igual que los otros, documentales como “Palabras para un fin del mundo” devienen en textos necesarios. No tanto por la luz que convoca sino por las sombras que provoca y éstas, con Unamuno, tienen la grandeza de proyectar las contradicciones del ser humano.
La piedra angular que provoca esa revisitación a los últimos días de Unamuno, a su intervención en el paraninfo salmantino conservada en loor de leyenda, aquel: “vencer no es convencer”, adquirió un relámpago siniestro con las postreras palabras de Unamuno sobre su secuestro domiciliario y sobre su inminente asesinato. Una muerte repentina, un visitante inapropiado y las brasas humeantes del tradicional calientapiés de una mesa camilla quemando una de sus zapatillas, imponen la sospecha de un asesinato. Menchón utiliza esa hipótesis como pretexto. Despoja las incógnitas, aclara los hechos y ordena la cronología que ha podido recuperar, para forjar un trenzado de preguntas sin respuesta que señalan  la sed de la bestia. Esa bestia que suele invocaar el nombre de dios o del pueblo para legitimar sus crímenes. Con ellos como figurantes, Menchón hurga en las cenizas del recuerdo de Unamuno para inquietarnos un poco más al recordar que la ignominia de la maquinaria franquista resulta todavía más miserable y cruel de lo que llegamos a imaginar.
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