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Título Original: DAS VORSPIEL Dirección:Ina Weisse Guión: Ina Weisse y Daphne Charizani Intérpretes: Nina Hoss, Simon Abkarian, Jens Albinus, Sophie Rois, Thomas Thieme y Winnie Böwe.País: Alemania. 2019 Duración: 99 minutos
Madre y maestra
Desde Bergman hasta Haneke, abundan las buenas películas que se han servido de la música como texto y pretexto, como escenario y argumento. Esas tres referencias: Ingmar Bergman, Michael Haneke y la música, conforman la extrema bondad de una película inquietante y perturbadora, atravesada por la belleza formal del virtuosismo de la interpretación, pero herida de muerte debido a la obsesión por la perfección y el éxito de su principal protagonista.
De entrada constatamos que estamos ante un filme sin concesiones ni sensiblerías, sin cálculo de mercado ni guiños banales al público. “La audición”, filme cuyo título convoca el recuerdo de “The Audition” de Takashi Miike, no comparte esa pasión melómana con el filme japonés pero sí bebe de la misma copa del masoquismo y la crueldad. Sabe del dolor y en el dolor se zambulle dispuesto a tejer una fascinante historia de regeneración y martirio.
Ina Weisse, (Berlín, 1968), llevaba casi once años sin aparecer como directora de largometrajes tras su eléctrica y desgarradora ópera prima, “The Architect” (2008). Actriz, guionista y directora, Weisse no ha estado parada profesionalmente, aunque se ha volcado más de una década en su faceta de actriz de televisión. La espera ha merecido la pena porque en “La Audición”, Weisse da un buen recital de cómo conducir un filme riguroso donde la imagen y la música dialogan en un fascinante y frágil duelo.
Ningún gran director alcanza la excelencia de su oficio si carece del sentido musical, no vibra con el ritmo y hace ascos a la sutileza. Una película que carezca de sensibilidad musical, de dominio del tempo y no esté atrapada por un hambre de equilibrio, lo tendrá muy difícil para mantener el interés. No es el caso de “La Audición”, la historia de una profesora de violín que anhela, a través de un joven estudiante, alcanzar la plenitud que ella no pudo o no supo alcanzar por temor a fracasar. Esa relación entre ambos exige la pista central de una narración compleja y plural porque, con destreza, el filme introduce una serie de personajes secundarios: los propios miembros de la familia, sus compañeros de trabajo, la madre del joven violinista…, no como ornamentos sino como figuras con recovecos y pliegues; con conflictos y pulsiones; con misterios y quebrantos.
Weisse esboza con pocas líneas y lápices finos seres de carnalidad evidente, sujetos y objetos de emociones y contradicciones. Se observa nobleza en sus retratos. En ellos baila el conflicto y, en consecuencia, para la audiencia que escruta este imaginario sobre la educación y el poder, sobre el éxito y la ambición, se impone la interpelación sobre lo que ven. ¿Qué sentimos ante lo que pasa delante de nuestras narices? ¿Qué juicio nos merecen esos comportamientos y esa sucesión de procederes?
Es evidente que Weisse, como cuando Jesús Guridi escribió su elegía para piano y violín, percibía la singular energía de ese intrumento. Esa misma capacidad de hechizo construye este filme. De ahí, del impacto que provoca un violín tocado con solvencia extrema parte este relato. Relato que nació, parece evidente, con la mente puesta en su plano final de ecos bergmanianos que a su vez nos remiten al “Escondido· de Haneke. De hecho, bien podría haberse titulado así esta película que desentierra eso. Lo escondido en los miedos del ser humano, su dependencia y sus servidumbres. En este caso, más allá de las líneas de sombra que envenena el ejercicio de la interpretación con el reconocimiento del aplauso y la loa, a Weisse le interesa la integridad de ese personaje femenino, Anne. En ella proyecta las miserias y grandezas de la mujer como artista, como maestra, como madre, como amante y como esposa. Lo dicho, cine adulto para gente que espera que se le trate y se le sorprenda con respetoy desde el respeto.