Desde Bergman hasta Haneke, abundan las buenas películas que se han servido de la música como texto y pretexto, como escenario y argumento. Esas tres referencias: Ingmar Bergman, Michael Haneke y la música, conforman la extrema bondad de una película inquietante y perturbadora, atravesada por la belleza formal del virtuosismo de la interpretación, pero herida de muerte debido a la obsesión por la perfección y el éxito de su principal protagonista.
Una lluvia de estrellas recibidas por ilustres cronistas desconocidos rodea la foto del retrato familiar que preside el cartel propagandístico de “The Farewell”. Ese empeño en avalar los estrenos con más estrellas que un árbol de navidad no es sino el patético esfuerzo de los publicistas, en cuyas manos se encuentra el destino de las salas de cine.
Todas las acepciones y sinónimos de “obvio” dan noticia del material que sostiene a “El hoyo”. La expresión repetida obsesivamente por uno de los personajes de manera tan reiterativa que termina por contagiarlo todo, da noticia de lo mejor y lo peor de un filme singular y claustrofóbico.