Hacia el minuto 18 se produce uno de esos incidentes que condiciona la existencia de quien lo vive. Se trata de un abrazo letal. Para entonces, el segundo largometraje de Kantemir Balagov ya ha presentado el contexto: Leningrado, 1945. En él se nos ilumina cómo la amenaza nazi se ha esfumado. Apenas es sombra de ausencia.
En 1995, cuando Joe Johnston, con la complicidad de Robin Williams, presentaba con enorme éxito el primer “Jumanji”, sabía que partía de un buen relato y que tenía a su servicio a un excelente plantel, con el citado Williams a la cabeza. La semilla original había que buscarla algunos años antes, en 1981, cuando Chris Van Allsburg presentó un pequeño relato infantil con el que ganó uno de los más prestigiosos premios de novela ilustrada.
El saber popular no se cansa de repetirlo, de buenas intenciones el infierno se llena. Ese averno está tan lleno de ellas como lo estuvieron hace unos años los videoclubs, y hoy las plataformas, de malas películas que creyeron que estaban haciendo algo decente. La decencia, en este caso, se reviste de reflexión sobre los otros, sobre la población emigrante en la Francia del bienestar.
Le hubiera bastado (y le hubiera salvado) a Alice Winocour con concluir su película antes del inicio de la cuarentena previa al lanzamiento de “Proxima”, nombre de la operación espacial de la que forma parte su protagonista, para haber firmado una buena película. De haber sido así, ahora estaríamos ante uno de los mejores textos sobre el peaje que cada día, en cada circunstancia, paga la mujer por ser mujer en un mundo de patriarcas.
Entre el principio y el final de “El joven Ahmed” se alberga y se describe un proceso criminal y envilecedor. Un periplo sin sentido en el que, como se cuestionaba Hannah Arendt (1906-1975) al interrogarse por el fanatismo nazi, se impone “la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”.
Tras la pesadilla del “Txantxigorri´s killer” (ver crítica de “El guardián invisible” en www.ghostintheblog.com), y forjada por los mismos creadores, llega este “Mater horribilis” que se encomienda a Tartalo, ante cuya enunciación, uno de los policías, en un exceso de sinceridad autoral, exclama; “Primero Basajaun, ahora Tartalo, el siguiente será el Olentzero”.
La coincidencia en el tiempo de estreno entre “El irlandés” y “El traidor” permite entrecruzar ambos textos como emblema y síntesis del cine de estos últimos 50 años. Scorsese nació el 17 de noviembre de 1942; en Nueva York. Marco Bellocchio, un 9 de noviembre de 1939, en Bobbio, Italia.
Hace ya casi veinte años, Rian Johnson se abrió paso en el circuito indie como una gran promesa gracias a un filme algo contrahecho y evidentemente resabiado titulado “Brick”. Aquel «ladrillo» nacía del injerto estrafalario entre el universo negro y desesperanzado de Dashiell Hammett con el desenfado juvenil del Richard Doner de “Los Goonies”.
Darín, como a algunos artistas especialmente dotados por la destreza propia del genio, hay que obligarles a escribir con la mano izquierda, hay que sacarlos de esa zona de complacencia en la que se “emperezan” y pedirles que dejen de replicarse a sí mismos haciendo siempre la misma película.
En el origen de “La hija de un ladrón”subyace una circunstancia determinante, la vinculación que en la vida real tienen sus dos protagonistas: Eduard Fernández y Greta Fernández. Él es el ladrón del título; ella, su hija. Padre e hija en un filme encumbrado sobre una relación de espinas y mentiras.