Aupado hasta el Olimpo del cine mundial como uno de los directores más importantes del momento, parece arriesgado sostener que, hasta ahora, el canadiense Denis Villeneuve acumula más ambición que méritos. Y sin embargo, aunque no se vea así, hay datos para sostener que Villeneuve siempre aparenta mucho y casi nunca profundiza demasiado. Eso no impide que sus quiebros narrativos, los modelos de referencia y su deseo de impartir magisterio en todo tipo de géneros, le confieran el singular encanto de la afectación.
Una carpintería teatral robusta con sólida y pesada estructura, condiciona el vuelo cinematográfico de Las Furias. Como se sabe, los condicionantes del teatro, salvo en costosas producciones de escaparate y festival, determinan que los habitualmente pocos personajes, estén delineados con trazo marcado y anécdota densa. Por cuestiones de producción, en el teatro no hay personajes fugaces, ni secundarios sin fuste.
El ciudadano ilustre representará a Argentina en la carrera del Oscar. Pero, independientemente de lo que acontezca, El ciudadano ilustre ya merece un lugar especial en la historia de la cinematografía argentina y mundial. Sus intersticios de filos rugosos, duelen; su incorrección política, abonada por un discurso desconcertante, provoca. Golpea como un puñetazo de Sorrentino filtrado por la extraña poética de David Lynch y barnizado por la parsimonia distante de Kaurismaki, aunque carente de su humanismo.