Ubicado en el vértice temporal entre la primera y la segunda entrega de la trilogía Star Wars, la que va de su reiteración edulcorada al modelo primigenio, Rogue One se presenta como el primer spin-off de la mitificada epopeya de Georges Lucas inspirada por el Akira Kurosawa de la épica samurai. Su producción se ha realizado casi en el mismo tiempo en el que se trabaja el segundo capítulo de la nueva trilogía.

Infiltrado no es un filme pequeño. Ni esconde que pretende medirse con los grandes del thriller. Brad Furman, su director, tuvo un notable comienzo pero, poco a poco, ha ido desfalleciendo. Quizá por eso, al encontrarse con el material de la novela de Robert Mazur, el personaje protagonista de este relato, Furman elevó su apuesta convencido de que tenía ante sí la gran oportunidad de significarse como uno de los grandes del cine actual.

David Frankel, un neoyorquino de 57 años ha realizado una carrera más comercial que deslumbrante. El diablo viste de Prada (2008) fue su más conocido éxito. En Belleza oculta le acompañan dos referentes notables para dar sentido a un casting de lujo. A su izquierda hallamos el Dickens de Un cuento de navidad.

Abanderado del aviesamente llamado “movimiento”, Dogma 95, Thomas Vinterberg representa la segunda gran cabeza visible de aquella inteligente y, tal vez, excesiva humorada. Ahora, que ya hemos olvidado las suspicacias que su manifiesto provocó entre críticos atrofiados por la nostalgia, justo es reconocer que dio lugar a un puñado de buenas películas que pusieron a Dinamarca en el punto de mira del resto del mundo.

l editor de libros, anodina traducción de Genius, se construye con evidente voracidad de estilo. Una ambición que nace de cruzar tres naturalezas narrativas de difícil articulación. Su realizador, Michael Grandage, proviene de la escena teatral. Su contexto argumental gira en torno al mundo de la literatura.

ntes de desmenuzar su contenido, acordemos que Paterson representa una declaración de principios. Estamos ante un filme bisagra con el que el director de Dead Man (1995), hace repaso a su propia historia. Y al hacerlo, su conclusión, no exenta de cierta perplejidad, (re)afirma que lo importante no estriba en mirar hacia atrás, sino en saber recomenzar.

A Tom Ford, cuando se acercó al cine, le precedía un aureola de celebridad; era un brillante creativo del mundo de la publicidad y la moda. A Ford, el salvador de Gucci le llamaron, dinero, premios y fama le sobraba. Tanto que cuando debutó como director, Un hombre soltero (2009), adaptación de la novela de Isherwood, levantó mil suspicacias. No obstante, Ford demostró entonces que sí sabía lo que hacía y quería.

La cabra tira al monte y al cine español, en cuanto se le deja, le sale el esperpento y le puede la sal gruesa. En esos casos todo se conduce bajo el influjo de una hambruna de risa, una orfandad de divertimento. En cuanto se rebajan las pretensiones de aparentar calidad artística, al cine español le come la angustia de tener que conjurar el horror cotidiano con la sonrisa. Lo malo es que, casi siempre, le nubla un exceso de caspa.

Se equivoca la (ultra)derecha mediática, hecha de tertulianos sin rumbo y polemistas sin con(s)ciencia, al boicotear a La reina de España. Se equivoca por confundir lo que dice el Fernando Trueba personaje, con lo que hace el director. Meten la pata por juzgar sin ver. Por prohibir sin percibir. La cosa viene de antiguo, de tiempos de inquisición y censura. Pero quienes, justo por lo contrario, acudan como feligreses devotos en desagravio y defensa a ver la película, también pisarán en falso, también errarán sin remedio.