Hay dos líneas narrativas muy diferentes en este relato. Dos narraciones que se mueven en la misma geografía. Esas realidades, casi opuestas, sirven a Gianfranco Rosi para construir un filme estremecedor. Esa dualidad se pone de relieve en su mismo título: Fuego en el mar. No es tanto un proceso dialéctico como una combinación que no encaja. Un cruce que conmueve por lo que cuenta.
Convertida en una de esas agradables sorpresas que cada año nos depara el cine yanqui que no ambiciona premios sino captar la mirada del público, Verano en Brooklyn despliega una radiografía de personajes muy bien delineados. Un retrato coral de esa clase media, hombres y mujeres corrientes, que tienen hijos, que enviudan o se separan, que saben de la muerte y del amor y que deben enfrentarse al coste de la vida y a la escasez de dinero.
En Cayo Largo (1948), inolvidable filme de John Huston, el gángster protagonizado por un inmenso Edward G. Robinson, interpelado por Humphrey Bogart sobre qué quiere si tiene todo, responde: “Quiero más”. En un momento de Inferno, esta secuela de El código Da Vinci y Ángeles y demonios, un personaje también grita que quiere más.